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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Milton Friedman se ríe en su tumba

El sagaz Gobierno socialista español hace todo lo contrario a lo que recetaba aquel sabio (y así nos va de bien)

Actualizada 10:19

El economista Milton Friedman, un hombrecillo calvo, locuaz y casi siempre sonriente, de gafas aparatosas y 1,52 de talla, publicó su último artículo en The Wall Sreet Journal el 16 de noviembre de 2006. Hasta ahí todo normal. Salvo que el autor tenía 94 años y se murió ese mismo día. Es decir, el profesor Friedman continúo impartiendo su magisterio hasta el aliento final. Sus ideas fuerza eran muy claras: defendía que la libertad económica resulta indispensable para que germine la libertad política, abogaba por un Gobierno lo más pequeño posible y recomendaba la disciplina monetaria (no intentar salvar las crisis dándole a la maquinilla de fabricar dinero, que es lo que llevamos haciendo en Occidente desde el pinchazo de 2008: intentar curar las heridas del estallido de una burbuja de deuda creando todavía más deuda).

«¿Qué haría usted para que la economía creciese más rápido?», solían preguntarle en sus últimos días los economistas jóvenes que tenían ocasión de abordarlo. Su respuesta siempre era la misma: «Recortar el gasto público». Cuando le pedían más detalles, el viejo agregaba: «Y tanto como puedan». Auténtico erudito, premio Nobel en 1976 y dueño de una cabeza portentosa para las matemáticas y la estadística, se quedaría espantado viendo la verbena que han montado en España nuestros párvulos gobernantes socialistas y comunistas.

Friedman nació en Brooklyn, hijo de jóvenes inmigrantes judíos llegados del Imperio Austro-Húngaro, en concreto de una localidad que hoy forma parte de Ucrania. En su hogar de cuatro hermanos conoció los aprietos de la pobreza. También constató que en las sociedades abiertas es posible progresar a base de esfuerzo. Su fortísima fe en el capitalismo provenía de su propia experiencia. Su padre montó una pequeña tienda, su madre trabajaba como costurera en una dura fábrica, él estudió con becas. Pero todos acabaron prosperando.

Su primer empleo fue en la maquinaria del New Deal, el experimento keynesiano de Roosevelt, tan venerado por nuestra izquierda. Pero aquello no le convenció: «Es la cura equivocada para la enfermedad». Luego se enroló en la Universidad de Chicago, donde trabajó treinta años y fundó la celebérrima «Escuela de Chicago» (ya saben: los terribles «neoliberales» que estremecen a pensadores tan relevantes como Adriana Lastra, Iglesias Turrión y Rufián). Friedman asesoró a Reagan y a Thatcher, a los que les fue muy bien con sus consejos. También adoptaron con éxito sus enseñanzas algunos países del este de Europa cuando se libraron de la plaga comunista.

Dos años después del golpe de Pinochet, Chile estaba contra las cuerdas por una inflación del 20 %. Un fundación privada invitó a Friedman a visitar el país y ofreció unas históricas conferencias en la Universidad Católica de Chile. «Solo hay una manera de reducir la inflación –repetía–, que es reducir la cantidad de dinero en circulación». Aunque el economista neoyorquino condenaba públicamente la dictadura de Pinochet, un discípulo suyo fue promovido por el general a ministro de Economía y aplicó las recetas de Chicago. El experimento funcionó (baste comparar cómo evolucionó la economía de Chile en relación a vecinos que optaron por el catecismo socialista). Friedman estaba convencido de que el tratamiento de libertad económica al final conduciría a Chile de manera indefectible a las libertades políticas, y así acabó ocurriendo (como en España cuando se comenzó a abrir la economía tras la etapa de autarquía). Friedman, que como los verdaderamente grandes poseía el don de expresarse con una sencillez cristalina, explicaba así la ventaja del capitalismo: «La gran virtud del libre mercado es que permite que coopere económicamente gente que se odia, o que tiene idiomas, rasgos religiosos, culturales o étnicos muy diferentes».

En abril 2020, hace ahora dos años, Joe Biden proclamó con orgullo en una convención demócrata que «Milton Friedman ya no dirige más el show». El economista debe estar carcajeándose en su tumba (aunque no existe tal, pues sus cenizas fueron aventadas en la bahía de San Francisco). Y es que el retorno de la pesadilla de la inflación y el 60 aniversario de su gran libro Capitalismo y libertad han vuelto a situarlo en el centro del escenario, tras cierta pérdida de prestigio a raíz de la crisis de 2008.

«El Gobierno es la respuesta», repite a coro nuestra izquierda, un mensaje que seduce a muchos millones de españoles, pues nuestra sociedad mira cada vez más a la teta del Estado como solución para todos sus problemas. Friedman pensaba exactamente lo contrario. Sostenía, con datos, que Occidente se había entregado desde 1980 a una gran huida hacia adelante a lomos de una deuda cada vez mayor, una ingobernable «pirámide de Ponzi», que al final había trabado el crecimiento. El tiempo empieza a darle la razón.

Milton Friedman no era infalible, por supuesto. Pero no se crean la caricatura del energúmeno radical que pinta «el progresismo». En fecha tan temprana como 1962 propuso, por ejemplo, la renta mínima universal, que hoy se estudia como solución a la desigualdad. Fue también un paladín tenaz de la importancia de la educación. Aunque ahí también chocaría con los adoradores de la mediocridad que hoy mandan en España, pues él defendía la excelencia y la libre elección de los padres.

Aprovechando las ventajas de la era digital, cierro ofreciéndoles un vídeo que si nunca lo han visto vale la pena, aunque la imagen y el doblaje sean mejorables. Friedman explica a través de un simple lápiz cómo opera el libre mercado. Si les gusta, pásenselo a Sánchez, a ver si aprende algo… Aunque sabido es que los seres superiores no admiten enseñanzas de vulgares mortales.

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