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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Si los mata Marruecos, entonces da igual

La reacción de Sánchez ante la barbaridad en la valla de Melilla refleja lo de siempre: hipocresía y corazón de piedra

Actualizada 11:09

Hoy provoca una sonrisa amarga recordarlo. Pero al llegar poder, en junio de 2018, el que ha resultado el Ejecutivo más inflado, amateur y liante de nuestra democracia se hacía llamar el «Gobierno bonito». Tan angelicales eran que cuando Salvini y Malta cerraron sus puertos al «Aquarius», con 629 inmigrantes a bordo, el presidente Sánchez, el más solidario, humanitario e híper progresista del orbe, se ofreció a recibir el buque. Para la ocasión montaron un show televisivo, con la vicepresidenta Calvo organizando la operación bienvenida a los «migrantes» y dos ministros desplazados a Valencia (uno de ellos, Ábalos, más tarde cercenado con cirugía exprés por razones nunca explicadas).

Cuatro años después, el presidente del Gobierno «bonito» ya ha prescindido de cualquier careta. Todos sabemos lo que hay: máxima hipocresía y corazón de piedra (como acreditó ante la covid, impidiendo el luto nacional, falseando las cifras de muertos y negándose a rozarse ni de lejos con el dolor de la calle).

El pasado viernes al amanecer se produjo en Melilla un asalto violento a cargo de 1.700 inmigrantes, africanos subsaharianos que quieren llegar a Europa. Algunos llevaban meses, y hasta años, esperando su momento, malviviendo en los montes de Nador, a espaldas de Melilla. Lógicamente los países deben proteger sus fronteras y prevenir y frenar ese tipo de avalanchas. Los asaltantes era muy agresivos, armados con palos y con mochilas llenas de piedras. Un desafío complicado para las fuerzas de seguridad. Pero no como para acabar en matanza. Veintitrés inmigrantes murieron en la refriega con la policía marroquí (37 según las oenegés). Los asaltantes subsaharianos se vieron encajonados en una ratonera y la gendarmería del sátrapa alauita los repelió con una contundencia desproporcionada, letal, que en los países occidentales jamás admitiríamos.

Los teléfonos móviles han cambiado el mundo. Se torna difícil mantener en secreto lo que ocurre a la luz del día. Así que hemos podido ver unas imágenes lacerantes: un revoltijo de cuerpos amontonados, donde se mezclan vivos y muertos, con la policía marroquí todavía repartiendo algún porrazo feroz y arrojando a personas inertes al montón como quien lanza un saco de arena. Esos vídeos muestran una crueldad y una falta de humanidad asquerosas.

Sánchez fue preguntado por lo sucedido el propio viernes, estando de gira en Bruselas. El salvador del «Aquarius», el progresista santurrón que acudió en el minuto uno a hacerse fotos propagandísticas con los primeros ucranianos llegados a España, elogió con un «bien resuelto» la brutal actuación de la policía marroquí. «Quiero agradecer el extraordinario trabajo del Gobierno marroquí para tratar de frenar un asalto violento», llegó a decir. No tuvo reproche alguno para Marruecos ante el suceso con mayor número de muertos en la historia de la valla. La culpa es «de las mafias», y a otra cosa. La amistad con Marruecos es ahora sagrada y está por encima de cualquier consideración, sea la ruptura con Argelia, o sea la matanza de 23 personas en la valla de Melilla (lo que invita a preguntarse, una vez más, qué se llevaron los «hackers» que entraron en su teléfono).

La monserga buenísima de la izquierda populista que nos gobierna satura por su cinismo. Su superfeminismo queda en suspenso si las mujeres víctimas son menores tuteladas por gobiernos socialistas. La cacareada solidaridad con «migrantes» y refugiados desaparece si es Marruecos quien los muele a palos y los entierra raudo en fosas comunes, sin memoria ni respeto. La cantamañanas Irene Montero acataba ayer silente las órdenes del líder y se negaba en la rueda de prensa del consejo de ministros a responder a preguntas sobre Marruecos (lo primero es conservar una cartera con la que nunca soñó). Nos gobierna una gran estafa, política y moral.

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