Ada y el 'Foie'
Si Barcelona quiere, en verdad, recuperar su prestigio internacional, además de permitir la construcción de hoteles de cinco estrellas, expulsar a los «okupas» de los hogares violados, intentar que la Guardia Urbana impida el robo de relojes a los turistas y a Lewandowsky, está obligada a prohibir el consumo de gambas
Al fin, la alcaldesa de Barcelona, ha tomado una decisión que puede servir para que la Ciudad Condal se recupere de sus desastres. Consciente de la gravedad y riesgo de su decreto, ha adoptado la valiente medida en beneficio, exclusivamente, del porvenir de Barcelona. A partir de ahora, no se ofrecerá foie en los aperitivos y comidas que organice o convoque el Excelentísimo Ayuntamiento barcelonés. Por motivos éticos.
Sabe que las ocas y los patos sufren en las granjas especializadas en convertir en latas de foie los hígados de las anátidas, y su sensibilidad no ha podido resistir durante más tiempo el dolor que el referido sufrimiento le produce. Quizá no ha reparado en un pequeño detalle. El 70 por ciento de las granjas de ocas y patos se hallan en Cataluña, y los granjeros se han sentido perjudicados. No obstante, doña Ada Colau, ha primado sobre los intereses de la industria del foie el prestigio de Barcelona. La medida no incluye a las gambas. Y la señora Colau sabe perfectamente que también las gambas sufren. Se cuenta de una gamba, a punto de romper en llanto, que le comentó a una compañera: «Estoy preocupadísima. Se han llevado a mamá a un cocktail en el Ayuntamiento, es muy tarde y todavía no ha vuelto».
En su extraordinario ensayo Mauricita la Gamba, Luis Sánchez Polack Tip, nos recuerda las virtudes y cualidades anímicas del pobre crustáceo. Fallecen a centenares de miles cada año rebozados a la gabardina. Le regalaron a Tip una gamba viva, que dormía junto a él en su cama, le encantaba el teatro, le llevaba el periódico durante el desayuno y se convirtió en la alegría de la casa. Era además, honesta como pocas gambas y cuando los chicos la chicoleaban se ponía muy colorada, como si la hubieran cocido. No hablaba mucho, pero con la mirada le decía todo. Y la historia termina bien. Creció y se convirtió en una gamba despampanante, se casó con un langostino de Vinaroz y tuvieron quince mil quisquillas.
En mi humilde opinión, las gambas sufren mucho más que las ocas y los patos. Y Ada Colau, en sus recepciones, ofrece a sus invitados gambas cocidas sobre huevo duro, gambas al ajillo y gambas en gabardina. Si Barcelona quiere, en verdad, recuperar su prestigio internacional, además de permitir la construcción de hoteles de cinco estrellas, expulsar a los «okupas» de los hogares violados, intentar que la guardia urbana impida el robo de relojes a los turistas y a Lewandowsky, está obligada a prohibir el consumo de gambas en las recepciones del Ayuntamiento. La oca y el pato jamás alcanzarán el grado de sensibilidad y cariño hacia los demás que adornan a las gambas. Greta Thunberg no consume gambas, y esa actitud es de obligado cumplimiento teniendo en cuenta la dimensión internacional de la simpática defensora de la tierra y sus criaturas.
Porque la prohibición del foie o el paté de ocas y patos no es suficiente para instalar a Barcelona, de nuevo, en la cumbre del prestigio mundial, que se perdió, precisamente, cuando los barceloneses eligieron y reeligieron a Ada Colau para estropear su ciudad. Reconozco que es un primer paso, pero no definitivo. En Madrid, al contrario, Isabel Díaz Ayuso y José Luis Martínez Almeida, en sus recepciones importantes ofrecen a sus invitados foie y, por supuesto, gambas. Y jamón, y lomo, y todos esos productos del cerdo que antaño provenían de Cataluña y ahora son mucho mejores los que se fabrican en Andalucía, Castilla-León, Extremadura y La Mancha. Por eso Madrid va cuesta abajo, y Barcelona ha iniciado su ascenso gracias a prohibir el foie.
Felicito a la alcaldesa Colau por su trascendental medida. Y me felicito, aun más, por no vivir en su ciudad, cuyos habitantes allí censados son los culpables de su degradación.
Pero lo del foie ha sido estupendo.