Opereta bufa en la Moncloa
Cuando terminó el acto, en lugar de que los periodistas pudieran hablar con los invitados –¡cuidadosamente seleccionados!– a estos se los llevaron al interior mientras que los informadores eran invitados a abandonar el lugar, no fuera a ser que alguno de los cincuenta seleccionados tuviera algún reproche que hacer
Ya estábamos avisados de la falta de pudor de este presidente del Gobierno. Pero el acto de ayer en la Moncloa ha rebasado casi todos los límites imaginables. La pequeña concentración del pasado sábado en el barrio sevillano de Pino Montanto, de arraigada tradición socialista, fue un fracaso estrepitoso. Es inimaginable lo que podría haber ocurrido si hubiera tenido lugar en Los Remedios o Nervión, zonas mucho más conservadoras de la capital hispalense. Más allá de los insultos, queda para la posteridad la foto de Sánchez y, tras él, la pancarta con el lema «Que te vote Txapote». Creo que sólo con eso se ha laminado toda la campaña de acercamiento del presidente a la ciudadanía.
El acto del lunes en la Moncloa era más fácil de gestionar. Se seleccionaba uno a uno los cincuenta invitados que podían acceder al recinto presidencial y se otorgaba la palabra sólo a cinco y sobre cinco temas supuestamente relevantes. Curiosamente, ni uno de ellos hizo una pregunta específica sobre la inflación a pesar de que está por encima del 10 por ciento y eso es causa de empobrecimiento para todos. Desde el multimillonario hasta el pobre de pedir. Pero eso no interesaba a los allí convocados, que preguntaron por temas de tanta trascendencia para el conjunto de la población como la obesidad infantil o el cambio climático. Casualmente ninguno de los dos problemas es responsabilidad de este Gobierno. La obesidad infantil porque no es una plaga que haya aparecido en los cuatro últimos años y el cambio climático porque, aunque fuese responsabilidad del ser humano –como sostienen Sánchez y sus allegados– tampoco se habría provocado desde que el Gobierno socialcomunista tomó el poder ni ellos lo van a poder alterar. Es decir, los cincuenta invitados cuidadosamente seleccionados y el 10 por ciento de ellos que habló en nombre de todos, no encontraron que en España hubiese nada que el Gobierno estuviera haciendo mal. Lo que, teniendo en cuenta que hasta las encuestas del CIS y de El País sitúan a Sánchez y su tropa por detrás del PP, es francamente sorprendente. Y lo que ya resultó el acabose fue el que Sánchez dijese que había reunido a la población para escucharla y de los 65 minutos que duró el acto, los cinco intervinientes hablasen 12 minutos y Sánchez, 53. A eso le llaman escuchar al pueblo. Y, por si acaso, cuando terminó el acto, en lugar de que los periodistas pudieran hablar con los invitados –¡cuidadosamente seleccionados!– a estos se los llevaron al interior mientras que los informadores eran invitados a abandonar el lugar, no fuera a ser que alguno de los cincuenta seleccionados tuviera algún reproche que hacer. Por no dar, la Moncloa no dio ni el nombre y dos apellidos de 49 de los cincuenta asistentes no fuera algún perspicaz periodista a ubicarlo después de que Sánchez les hiciera una visita turística a los interiores de la Moncloa.
Lo del 5 de septiembre en la sede de la Presidencia del Gobierno ha sido una puesta en escena a la altura de una magnífica opereta bufa. Y no lo digo como desprecio. Con frecuencia es más difícil hacer encajar perfectamente los elementos esperpénticos de un montaje de ese tipo que la gran puesta en escena de El Ocaso de los Dioses de Richard Wagner. Sánchez preferiría que su final se correspondiera con la conclusión de la tetralogía wagneriana, pero no pasará de El Murciélago de Johann Strauss. O ni eso.