El cambio climático era... una paisana retorcida
La Guardia Civil ha detenido a la autora del pavoroso incendio que cercó Verín el 3 de agosto, cuando el Gobierno culpaba al clima de los fuegos forestales
Verín, localidad orensana de 13.000 habitantes en la raya con Portugal, soportaba el pasado 3 de agosto un calor asfixiante: casi 40 grados. La población estaba en «alerta amarilla». Poco después de la hora de comer, aquello se convirtió en una guerra. Una corona de fuego cercó el pueblo, con diez focos originales. Las llamas alcanzaron algunos coches y construcciones. Hubo escenas de lucha desesperada contra el incendio, que combatieron 14 brigadas, nueve helicópteros, siete aviones y otras tantas motobombas. Ardió el equivalente a mil campos de fútbol. Un horror.
En aquellos días, mientras buena parte de la geografía española se veía castigada por graves incendios forestales, nuestro Gobierno despachaba el tema con una simplista apelación a su gran mantra: la culpa es del cambio climático y lo que está pasando prueba el enorme acierto del Gobierno «progresista» al situar este problema en el centro de su programa. Este mismo martes, en su entrevista de cámara con Fortes, que lo interrogó con la pegata del PSOE en la frente, Sánchez insistió en la tesis de la «emergencia climática» como causa de los fuegos. Paparruchas.
Acaba de descubrirse la identidad de la emergencia climática que quemó Verín en agosto. Era una paisana de 50 años, que trabajaba de limpiadora municipal. Cabreada con el mundo –se habla de un matrimonio con problemas y de demasiado morapio a cuestas–, le dio por subirse a su coche e ir prendiendo fuegos con saña y método por los alrededores del pueblo. Algunos testimonios de vecinos refirieron haber visto pasar un coche azul y ofrecieron detalles de su matrícula. La Guardia Civil la ha trincado siguiendo esa pista y ya duerme en la cárcel. La tipa fue tan cínica que se sumó junto a sus vecinos a las tareas de extinción del fuego que ella misma había prendido.
Ciertamente ha hecho muchísimo calor este verano. Pero la inmensa mayoría de los incendios son provocados por la mano del hombre. Además, prenden con una virulencia inédita por una razón bien sencilla: el medio rural está envejecido y despoblado, así que los montes se encuentran muy descuidados, están tomados por una maleza que cuando amarillea con la canícula se convierte en el combustible perfecto.
Pero en lugar de atajar los problemas reales con soluciones concretas adecuadas a ellos, nuestro Gobierno prefiere abordarlo todo a golpe de murga ideológica. Entre Hobbes, que decía que el hombre es un lobo para el hombre, y Rousseau, que sostenía que es bueno por naturaleza; me temo que estoy más cerca del inglés que del francés. Pero en el imaginario «progresista» el mal no existe. Todos somos beatíficos serafines. Si surge algún energúmeno que comete una tropelía, se deberá siempre a los efectos de la represión conservadora, o a la «crisis de salud mental», o al peso desquiciante del fatídico heteropatriacado, o a la presión insufrible de «las grandes corporaciones», con sus «beneficios obscenos», o al inefable Franco… o al cambio climático. Porque en la España de PSOE y Podemos, en este engendro que para abreviar llamamos sanchismo, la responsabilidad personal ha dejado de existir y la libertad individual hay que alquilársela al Estado, que es el único con patente para pensar y decidir qué tenemos que hacer.