El elefante en la habitación
Merecida o no, el PP ha logrado asociar la etiqueta de la gestión eficaz a sus siglas. Y, asfixiados como estamos por la inflación, con la amenaza de una grave recesión en el horizonte, el discurso del alivio fiscal ha calado entre la opinión pública
Acorralado por el Watergate, Richard Nixon decidió comparecer en televisión para dejar claro ante sus compatriotas que no era un delincuente. Es posible que, tras los hechos que desveló el Washington Post, muchos ciudadanos le catalogaran como tal, pero todos aquellos que ni siquiera habían valorado esa posibilidad, comenzaron a hacerlo a raíz de la declaración del presidente. Al citar la delincuencia, había evocado ese marco.
No use el lenguaje del bando contrario, porque resaltará un marco que no desea. Este es el consejo que el profesor de Berkley George Lakoff daba a los demócratas en una conferencia que impartió en California, en 2004. En ese año, George W. Bush se jugaba la reelección en las urnas y, aunque en la socialdemócrata Europa le daban por perdedor a cuenta de su incursión armada en Iraq –confundiendo una vez más deseos con expectativas realistas–, en Estados Unidos la contienda electoral se centraba en la gestión de la economía.
Cuando Bush llegó a la Casa Blanca, cuatro años antes, acuñó y popularizó el término «alivio fiscal» para definir su política. Para que exista alivio –les decía Lakoff a los demócratas–, debe haber una desgracia previa. Si el alivio es fiscal, la desgracia son los impuestos. Esa metáfora encerraba la cosmovisión de los republicanos, su marco. Y triunfó. Hasta el punto de que, al término de la legislatura, en 2004, en la prensa, en los mítines, el debate giraba sobre «alivio fiscal». El equipo de Bush consiguió arrastrar a todo un país. Sólo podía ganar. Y lo hizo. La recomendación que Lakoff hacía a sus adversarios en las urnas era obvia: si al evocar al elefante en la habitación, todos piensan en un elefante, no lo evoquen. Escapen de ese escenario.
La teoría de Lakoff es un clásico de la comunicación política. Los asesores de Pedro Sánchez, intramuros y extramuros de la Moncloa, deben haberla estudiado. Algunos pasan por las televisiones como reputados expertos en la materia y han escrito sus propios libros. Pero, en un ejercicio de soberbia, deben haberla echado al olvido. Sólo así se explica su empecinamiento a la hora de contrarrestar, diseñando incluso nuevas figuras tributarias, la rebaja de impuestos que anunció Juan Manuel Moreno Bonilla.
Merecida o no, el PP ha logrado asociar la etiqueta de la gestión eficaz a sus siglas. Y, asfixiados como estamos por la inflación, con la amenaza de una grave recesión en el horizonte, el discurso del alivio fiscal ha calado entre la opinión pública. El Partido Popular ha dibujado el marco y el Gobierno se ha metido en él de cabeza. Hasta Yolanda Díaz se ha sumado al coro, apelando, nada menos, que a la unidad nacional. Ximo Puig ha tomado buena nota. Después de acusar a Esperanza Aguirre e Isabel Díaz Ayuso de hacer dumping fiscal, tratará de que los valencianos reciban el mismo trato que los madrileños o andaluces tocando, aunque muy sutilmente, los impuestos a la baja. Nuestro bolsillo lo celebrará.