La verdad sobre el caso PSOE
Seamos francos: el Partido Socialista se ha convertido en la carcoma que apolilla la unidad de España porque al final siempre prefiere asociarse con sus enemigos
Aznar lo ha clavado con una observación brevísima: lo que ha hecho Sánchez es reformar el Código Penal al dictado de los delincuentes. Así es. Pero el PSOE discrepa, porque se ha convertido en la carcoma de España, a pesar de que muchos españoles todavía no lo quieren ver.
El flemático Salvador Illa, el líder socialista en Cataluña, supuesto partidario de la unidad de España, ha celebrado la decisión de su jefe de cargarse el delito de sedición para hacerles la vida más fácil a los golpistas como «un acto de sentido común». También ha repetido la mentira más manoseada de estos días: «Se trata de actualizar el Código Penal acorde a nuestro entorno europeo». Repitámoslo: es mentira. Si un mandatario alemán de uno de los länder se atreviese a declarar la independencia de su región como hizo Junqueras se pudriría en la cárcel. Y lo mismo ocurriría en Francia o Italia.
En el mismo mitin barcelonés donde Illa defendió la aberrante reforma intervino también Pachi López. El pasmo del Bocho reprochó al PP que «no tiene visión de Estado». Este tipo, López, fue presidente vasco gracias al apoyo del PP, en una operación que tenía un claro objetivo: desalojar al perenne PNV y desmontar su rodillo nacionalista. Este tipo, López, portó con lágrimas en los ojos los féretros de compañeros socialistas vascos despanzurrados por una bomba de ETA, o tiroteados en la nuca. Pero toda su furia, tiznada incluso de odio, la vuelca ahora contra la derecha patriótica española, no sobre aquellos que mataban a sus correligionarios.
El flemático Illa, que va de sensato, está manteniendo con vida mediante apoyos externos a un Gobierno de ERC agotado y estéril. Lo hace solo porque existe un quid pro quo: nosotros os sostenemos en Barcelona y vosotros continuáis sujetando a Sánchez.
Margarita Robles, encarnación de la supuesta visión de Estado en la nave de los locos de Sánchez y jueza de carrera, traga con todas las cesiones debilitadoras del Estado de su jefe con tal de seguir en el coche oficial (véase como se arrastró durante la crisis del CNI). Marlaska ha pasado en una misma vida de juez amenazado por ETA, que luchaba con denuedo contra ella y vivía escoltado, a apoyar encantado el acuerdo con Bildu para que vayan saliendo de potes los asesinos más sanguinarios de la banda separatista.
Esta es la dinámica del PSOE. Y es una vergüenza, por mucho que la envuelvan en un celofán de buenismo y por muchas televisiones que controlen. Un partido enfermo, cuyo mal radica en una carencia absoluta de patriotismo. Entre entenderse con el PP o con una marca separatista, el PSOE siempre preferirá coaligarse con los manifiestos enemigos de España. Va en su ADN.
Los socialistas apoyaron la declaración de Estado catalán de Companys en 1934, incluso aportando armas en las calles. Los socialistas mantuvieron en su programa el derecho a la autodeterminación de las regiones españolas hasta que llegó González, un pequeño oasis en lo referente a la unidad de España. La irresponsabilidad atolondrada de Zapatero reabrió la caja de Pandora del problema separatista que hoy padecemos. ZP lanzaba «cordones sanitarios» contra la derecha constitucionalista mientras se asociaba con la ERC de Carod para gobernar Cataluña.
La gota que colma esta infamia es Sánchez, por supuesto, que gobierna solo porque así lo ha querido el golpista Junqueras, quien con una sonrisa complacida e irónica ha festejado como «grandes éxitos» las últimas cesiones que le ha hecho su rehén (que de facto equivalen a una amnistía y le permitirán ser el candidato de ERC en las próximas autonómicas).
Si el Partido Socialista estuviese en su sitio, cerrando filas sin fisura alguna con el PP y Vox frente al separatismo, el problema independentista se quedaría en una molestia controlada y menguante. Pero los socialistas le han fallado a España. Si somos rigurosos y nos atenemos a los hechos, el PSOE no es un partido de Estado, sino un serio problema para el Estado.