Isabel Rodríguez
La «portavoza» del Gobierno es un hallazgo y feminiza además la vieja historia de 'El Padrino'
Me encanta Isabel Rodríguez, la ministra portavoza del Gobierno. Hay en ese puesto, siempre, un punto siciliano encantador, como el de Luca Brasi con Vito Corleone. De obediencia ciega, son capaces de atender el encargo más sucio sin un titubeo, con las manos o a pistola, hasta que caen en alguna escena sin que El Padrino haga otra cosa que darle unos billetes a la viuda.
Los portavoces son una mezcla de «sujétame el cubata» y de «agárrame que le meto», un perrito guardián que muerde al visitante sin preguntarle si viene a robar o a arreglar la caldera: custodia la casa desde una caseta sin calefacción, con el premio de las caricias del jefe y alguna galletita ocasional.
En ese espacio de lealtad mamporrera, las formas de Isabel Rodríguez, manchega de Abenójar, un pueblo con una laguna volcánica y un silo, son una grata novedad: insulta con una sonrisa, suelta el despropósito sin un grito y se tira por el barranco que le ordene el patrón preguntándose solo si irá en las próximas listas electorales, de las que no sale desde 2004, cuando aún no le había dado tiempo a dejar de ser tonta, como todos a su edad.
La penúltima comparecencia de Isabel, que fue un día la senadora más joven de España y, lejos de ocultarlo, presume de ello, fue todo un tratado para los de su oficio, aunque ninguno de ellos ha tenido la maravillosa y a la vez tétrica oportunidad de portavocear a un espécimen como Sánchez, siempre un centímetro por encima del mono y uno por debajo del cerdo, como decía Pío Baroja que somos los seres humanos.
Porque Chábeli, como la haría llamar Almodóvar en una de sus películas manchegas, tuvo el valor de defender que su Gobierno está empeñado en detener a los corruptos el mismo día en que, gracias a su reforma del delito de malversación, uno de ellos ya ha pedido una reducción de condena en un caso maravilloso.
Acuamed fue el nombre que le dio Zapatero a la empresa pública con la que pretendía desalar el mar, una aspiración tan lerda como el personaje que la impulsaba, padre putativo de Sánchez y padrino del populismo español, bien capaz de creerse el niño de la tradición cristiana sorprendido por San Agustín vaciando el océano con un cubito de playa, pero por las razones opuestas.
Uno pretendía demostrarle al santo que, por imposible que fuera lograr su gesta, más difícil era entender la grandiosidad de Dios por una pequeña mente homínida: el otro estaba convencido de que jugaba en la Champions y podía dejar el mar más seco que las meninges de Monedero después de una despedida de soltero.
A todo ello, Isabel, senadora joven y portavoz de Pedro, respondió con una hipotenusa, aunque no sepa qué es una hipotenusa: «La reforma del Código Penal va dirigida a no despenalizar ningún tipo de malversación, todo lo contrario».
Lanzado así el Teorema de Pitágoras, sin saber tampoco quién es Pitágoras y temiendo que fuera otro franquista, la senadora más joven dejó en esa fresa resumida todo el sanchismo: «El cuadrado de la longitud de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de las respectivas longitudes de los otros dos lados del triángulo rectángulo, denominados catetos».
Que no es nada, pero suena perfecto para tapar la verdadera alma de una famiglia sustentada en un único mandamiento: cuando la realidad nos desmiente, se desmiente a la realidad. Y si se pone chula, se la detiene.
Están llenando el mar a escupitajos, pero quieren que todo el mundo agradezca la lluvia con una sonrisa, como la de Isa, la senadora más joven. Y la Luca Brasi de Zote Corleone.