Ministros sin alma ni país
De ellos se espera ya casi todo, pero el silencio de la extrema izquierda del Gobierno y la ministra Alegría ante el atentado de Algeciras bate récords de vileza
España sigue siendo un país de mayoritaria fe católica, una religión indisociable además de la historia de nuestra nación. Aunque la asistencia a Misa haya ido decreciendo, todos los meses millones de creyentes acuden a los oficios. Las muestras de piedad popular, como las procesiones de Semana Santa, no van a menos, sino a más. Millón y medio de alumnos se forman en centros de ideario cristiano, según datos de la Conferencia Episcopal.
No se puede entender España sin contemplar, entender y respetar su realidad católica. Y no es justo tratarla con desdén desde el poder político de turno. Pero sucede. Los ministros de Podemos, algunos de ellos sin mucho que hacer, son muy activos en Twitter. Pero con la excepción de Yolanda Díaz, ni uno de ellos tuvo a bien subir una sola línea para lamentar y condenar el atentado de Algeciras, donde un inmigrante ilegal marroquí de 25 años, que accedía a propaganda yihadista en las redes, atacó dos iglesias, mató a machetazos a un sacristán y dejó heridas a cuatro personas más, una de ellas un sacerdote que fue su primer objetivo.
Unos gobernantes que muestran semejante coraza de indiferencia ante una tragedia así, que ha ocurrido en templos católicos de una ciudad española, no tienen alma ni patria. Irene Montero, fanática de la subcultura de la muerte de los más inocentes, estaba ocupada en las redes ensalzando un cuadro sobre un aborto. Su pareja y promotor, Iglesias Turrión, dedicó su jornada tuitera a zurrarle a Roig, el empresario del milagro de Mercadona. Ione Belarra polemizó con Ana Rosa, pero no tuvo memoria para Algeciras. Del atentado solo se acordó para hacer unas declaraciones contra Vox. Pilar Alegría, que es la ministra de Educación y la –cada vez más cargante– portavoz del PSOE, tampoco subió condena alguna del atentado. Pero sí un tuit para criticar una inapelable observación de Feijóo al hilo del mismo («desde hace siglos no verá usted a un católico matar en nombre de su religión»).
La Iglesia española, fiel al mensaje de perdón y amor de Jesucristo, ha estado ejemplar en sus manifestaciones, apelando a que no se criminalice a ninguna fe o colectivo. Pero además de la reflexión moral, un ataque como el de Algeciras tiene una lectura política obligada. Y siento consignar que en la reacción del Gobierno de España no se ha percibido en absoluto la intensidad dialéctica y emotiva que dedica a otras cuestiones.
Un simple ejemplo ayuda a entenderlo. El 4 de septiembre del 2021 un joven homosexual de 20 años aseguró que ocho encapuchados lo habían agredido en el portal de su casa de Malasaña, marcándole insultos homófobos en un glúteo a punta de navaja. Por supuesto se trataba de un hecho execrable, repugnante. Pero el Gobierno y sus medios sobreactuaron. Máxima prioridad informativa, convocatoria inmediata del Comité contra los Delitos de Odio, declaraciones constantes de todos los ministros y el presidente, con sentidísimas muestras de solidaridad. Al final se trataba de un embuste. No había existido la agresión. Pero aún así, Sánchez tuiteaba: «Era una denuncia falsa, pero eso no puede impedirnos ver la realidad. Los delitos de odio hacia las personas LGTBI se han incrementado. Quiero trasladar todo mi cariño al colectivo y el compromiso del Gobierno en defensa de sus derechos».
Veamos ahora su tuit tras el atentado del lobo solitario yihadista de Algeciras. No hay «cariño» para el colectivo católico, ni compromiso en su defensa, y a la víctima no la han asesinado, ha «fallecido»: «Quiero trasladar mis más sinceras condolencias a los familiares del sacristán fallecido en el terrible ataque de Algeciras. Deseo una pronta recuperación a los heridos. Todo nuestro apoyo al trabajo que están llevando a cabo las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado». Es un mensaje rutinario.
Por último, ante ataques como estos no se puede convertir la anécdota en categoría y señalar a todos los musulmanes y su fe. Pero tampoco es sabio ni seguro no reparar en que en Europa se repite el fenómeno de jóvenes de fe islámica que se radicalizan con la propaganda salafista y acaban cometiendo atentados en su nombre. Alguien paga ese adoctrinamiento integrista y alguien lo difunde, y resulta imprescindible asumir y confrontar el problema para poder defendernos.
(PD: ¿Han visto a alguien atacar a un viandante cuchillo en ristre dando gritos en defensa del libre mercado, o de la fe budista? Yo tampoco).