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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Lo de Olona

Sánchez debe estar encantado con la opción de que el voto conservador y liberal se divida otra vez en tres, pero no pasará

Actualizada 01:30

La venganza es una de las pasiones más humanas, y para detectarla, decía Sir Francis Bacon, basta con ver si las heridas siguen abiertas. Las abriera quien las abriera, las de Macarena Olona están en canal, y se exhiben públicamente desde que ella abandonara la política, en apariencia de forma voluntaria.

Acudir al programa de Évole es una declaración de principios y de intenciones, al menos en lo relativo a uno de los móviles de su aparatosa escalada contra Vox: es como si Otegi se fuera a la Cope a hablar mal de Batasuna o Guardiola a Real Madrid Televisión a cascar contra el Barcelona.

Cualquier canal hubiera aceptado entrevistar a la abogada del Estado para que largara como estimara, pero ella aceptó la invitación del Follonero consciente de que le iba a hacer las preguntas que quería responder, alineadas con los prejuicios contra Vox que ella misma había replicado con contundencia en el pasado.

Si la vendetta es el móvil, faltan por aclararse las intenciones: la más primaria es causar daño, el mayor posible, a su vieja formación, sin otro beneficio que el inmenso placer de darse ese gustazo. Podrá discutirse el buen gusto de ajustar cuentas con el pasado, pero no la legitimidad de hacerlo: la satisfacción personal de hacerse justicia a uno mismo, se tenga o no razón, es incontestable por definición.

Queda la incógnita de si hay otros objetivos, entre los cuales volver a la política con partido propio es evidente: la experiencia indica que, salvo en el caso efímero de Manuela Carmena, las plataformas han comenzado o terminado como el rosario de la aurora, con las mareas mareantes podemitas y la escucha eterna de Yolanda Díaz como ejemplos más notables.

De Olona, sobre quien cuesta distinguir cuánto hay de epifanía en su actitud, cuánto de cálculo y cuánto de desparrame, hay pues certezas y dudas, todas respetables, pero también algunas evidencias promovidas por ella o aprovechadas por algunos de los adversarios que hasta hace nada combatía.

Por ejemplo, es obvio que al sanchismo le interesa repetir la fragmentación en tres del voto liberal y conservador, desde el más templado al más cafetero, para repetir el milagro que elevó a Sánchez a los altares: sin el banquete caníbal que se dieron PP, Vox y Ciudadanos, despedazándose entre ellos y tirando a la papelera decenas de escaños con la inestimable ayuda de la Ley D’Hont, él no hubiera sido presidente.

Y tendrá aún más dificultades si, a la reconcentración del voto en dos partidos, se le añade el recelo de una porción significativa de sus votantes, que ya se aplican la máxima de Lincoln y son conscientes de que no se puede engañar todo el tiempo a todo el mundo.

Sánchez yace y yacerá en la alcoba electoral de Podemos, ERC y Bildu, lo que puede restarle 800.000 votos de socialistas espantados con la naturaleza y las consecuencias de su coyunda con Iglesias, Otegi y Junqueras, con quienes conforma los jinetes del Apocalipsis.

Si no consigue dividir a sus rivales y no logra tampoco volver a engañar a una parte de los suyos, las opciones de repetir son para Sánchez las mismas que para Évole de fichar por El Debate como Director de Opinión en sustitución del gran Pérez-Maura.

Hete aquí, pues, la conclusión: Olona abandonó voluntariamente un partido tras aceptar voluntariamente también encabezarlo en Andalucía y, desde entonces, solo la hemos escuchado hablar mal de Vox a ella.

Si a esta certeza le añadimos la de que el mayor beneficiado de ello es Sánchez, quien desea mucho más una fractura en tres que una concentración del voto en el PP por el deterioro de Vox; y que nadie tiene publicidad en las televisiones amigas de Sánchez sin el permiso de Sánchez, podemos colegir que la buena de Macarena está trabajando para Sánchez, incluso aunque no lo sepa o no lo quiera.

Porque una jurista sabe que, si hay algo gordo de verdad, se denuncia en los juzgados, no en La Sexta. Todo lo demás son chismes. Y aunque la venganza sea un manjar sabroso, recordaba Walter Scott, encierra el pequeño detalle de que se cocina en el infierno.

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