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Unas líneasEduardo de Rivas

Atenció, si us plau

Cuántos viajeros que, partiendo de Madrid y bajando en Calatayud, necesitarán un mensaje en catalán para saber que les toca bajar del tren

Actualizada 01:30

No suelo viajar en tren. Prefiero el coche. Soy de esos que no están en el prototipo de persona que Garzón quiere para España, es decir, como carne –mucha–, visito de vez en cuando restaurantes de comida rápida, regalo a mis sobrinos juguetes que él consideraría sexistas –lo que no quiere decir que lo sean– y siempre que puedo cojo el coche para viajar.

Esta semana, sin embargo, fui en AVE a Zaragoza. Salía justo después de comer, así que con tiempo me acerqué a Atocha –que siempre será Atocha, por mucho que Sánchez y compañía la rebautizaran como estación Almudena Grandes– y tomé algo rápido tras pasar el control de seguridad. Fui al baño y me monté en el vagón. A las 15.35, puntual, se empezó a mover y me disponía a ponerme los auriculares para ver alguna serie cuando por megafonía un mensaje daba la bienvenida al tren. En español, en inglés… y en catalán.

Es de agradecer que los señores responsables de Renfe piensen en los usuarios catalanes que no entiendan el castellano, un porcentaje que debe rondar el 0 %. Nos hemos acostumbrado de tal manera a realizar este tipo de concesiones con las lenguas cooficiales que ya lo vemos como algo normal, como si al pisar Cataluña todo estuviera en los dos idiomas y no te multaran por rotular algo solo en español.

El viaje continuó y el tren realizó la primera parada en Calatayud. «Propera estació, Calatayud. No oblideu recollir el vostre equipatge», anunciaban por megafonía unos minutos antes. Si ya eran pocos los usuarios que no entendían el castellano, no quiero pensar cuántos serían los que, partiendo de Madrid y bajando en Calatayud, necesitaran un mensaje en catalán para saber que les tocaba bajar del tren. Más de uno debería reflexionar sobre por qué nos empeñamos en meter el catalán con calzador para que no haya quien se moleste, mientras no defendemos lo suficientemente el derecho a usar el castellano en una parte del territorio nacional como es Cataluña, donde parece más importante que un cirujano sepa catalán a que realice bien sus operaciones.

Volví al día siguiente, en el mismo tren y con los mismos mensajes imprescindibles en catalán. Antes, en Zaragoza, realicé la misma operativa: acudí a la estación con tiempo suficiente, me tomé un café y me subí al vagón previo paso por el baño. Allí me encontré un torno que impedía la entrada normal y un datáfono que me pedía un euro. Al principio me di la vuelta por dignidad, pero al final accedí y dentro me recibió una relajante banda sonora de pajaritos y un lavabo de esos que solo echa agua cuando detecta que estás delante. Qué menos, su dinero costó, pero alguien debería explicarme por qué hay que pagar por orinar en un lugar público.

Ya en Madrid me enteré de que Zaragoza no es la única estación que cuenta con este tipo de baños de pago, sino que también están en Barcelona, Alicante, Chamartín y Atocha. Y luego me preguntan que por qué prefiero el coche, aunque tarde un poco más. Pues por este tipo de cosas… y por fastidiar a Garzón.

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