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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Hasta Sánchez quiere derogar el sanchismo

Su frenética actividad de estos días tiene como único objetivo intentar convencernos de que estamos ante una persona radicalmente distinta a la que nos lleva gobernando desde hace cinco años

Actualizada 01:30

Ha comenzado la campaña de las elecciones municipales y autonómicas con un Sánchez hiperactivo, repartiendo promesas de millones, visitando la Casa Blanca y mitineando por las plazas como si le fuera la vida en ello. Y ciertamente le va buena parte de su vida política en el envite de las elecciones del día 28. Por eso el protagonismo absoluto del presidente en esta campaña, que no es la suya, es más producto de la necesidad que de su acreditado narcisismo. Sánchez no está trabajando en beneficio de sus candidatos locales y autonómicos, que preferirían no verle en sus feudos; Sánchez está trabajando para él, está utilizando esta campaña como una plataforma para intentar reconstruir su maltrecha imagen personal de cara a los comicios de diciembre.

Frente a esa hiperactividad presidencial el líder de la oposición se ha aferrado a un único lema, «derogar el sanchismo», y no deja de martillear en ese mismo clavo, aunque a juicio de algunos es un bagaje demasiado pobre para encarar unas elecciones. Si Sánchez tiene un problema de imagen con el conjunto de la sociedad, Feijóo se enfrenta a la tradicional maldición de los dirigentes de la derecha, que es la constante insatisfacción entre un sector de su electorado. Me refiero a ese grupo selecto al que sus líderes siempre le saben a poco; le resultan antipáticos como Aznar, se le quedan cortos como Rajoy o distantes, que es la queja que ahora esgrimen contra Feijóo.

Existe una vasta literatura, probablemente justificada, sobre las deficiencias del Partido Popular en materia de comunicación, pero, curiosamente cuando ha encontrado un claim directo y certero sobre el que basar no una, sino dos campañas electorales, también se le critica por ceñirse a él.

Derogar el sanchismo es el marco de esta campaña, lo será en las próximas generales y lo fue en las autonómicas que se han celebrado hasta ahora. Salvo en Cataluña, el PSOE ha perdido clamorosamente todas las elecciones a las que se ha sometido desde 2019. Los españoles de Galicia, País Vasco, Madrid, Castilla y León y Andalucía han dejado meridianamente clara su sentencia sobre Sánchez y su manera de hacer política.

Incluso el propio Sánchez quiere derogar el sanchismo. Su frenética actividad de estos días tiene como único objetivo intentar convencernos de que estamos ante una persona radicalmente distinta a la que nos lleva gobernando desde hace cinco años. Y en ese proceso de negación de sí mismo y de sus políticas, Sánchez acaba de descubrir –¡oh, sorpresa!– que Bildu, su socio preferente en todos estos años, no es un partido decente.

El supuesto escándalo de Sánchez ante la presencia de asesinos etarras en las listas de Bildu es lo más parecido a los aspavientos del famoso capitán Renault de la película Casablanca. Mientras simulaba clausurar el casino ilegal que regentaba Humphrey Bogart, un empleado se le acerca con un fajo de billetes y le susurra: «Capitán, aquí están sus ganancias».

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