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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Doñana no es una «esquinita»

El ecologismo, al igual que el feminismo, ha sido víctima de una feroz manipulación por parte de la izquierda que lo ha convertido en una causa más para la polarización

Actualizada 01:30

Hay muchas maneras de aproximarse a la polémica entablada por el gobierno central contra la Junta de Andalucía por la cuestión de Doñana. La más obvia es puramente electoral: Sánchez cree que esta campaña le sirve para polarizar y activar al electorado joven de izquierda, aunque sea a costa de los intereses del PSOE en las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz. Abona esta tesis el absoluto desinterés con que se ha tomado el asunto durante todos estos años. Ese «Doñana no se toca», que es el banderín de enganche de esta campaña, ha sido la tónica general de este gobierno que nada ha hecho por Doñana durante su mandato. Por no hacer, ni siquiera ha cumplido su propia ley de diciembre de 2018 por la que se comprometía a trasvasar agua en superficie de los ríos Tinto, Odiel y Piedras para preservar las aguas subterráneas del famoso acuífero de Doñana.

Del mismo modo que los incendios forestales se previenen en invierno limpiando los montes, la sequía se previene creando las infraestructuras necesarias para almacenar y canalizar el agua cuando esta abunda. Pero cualquiera le dice a este presidente que adopte una media pensando en el medio y largo plazo o en algo que no sea su propia continuidad en La Moncloa.

Además, esta polémica de Doñana trasciende de largo los incumplimientos habituales de este gobierno o ese espantajo electoralista que ha montado para la campaña. La polémica de Doñana, incluida la irrupción estelar de las autoridades de Bruselas estratégicamente jaleadas por el PSOE, constituye un ejemplo muy ilustrativo de los excesos en que ha caído la lucha por la preservación del medio ambiente. El ecologismo, al igual que el feminismo, ha sido víctima de una manipulación feroz por parte de la izquierda que lo ha convertido en una causa más para la polarización y contra el progreso. Los mismos que se pasan la vida dando la brasa con la cantinela de la España vaciada, abanderan ahora la campaña para vaciar de población y de actividad económica las inmediaciones del Parque de Doñana.

Lo que han hecho durante estos años los agricultores de Doñana, al igual que en el resto de España, es impresionante. Más de 100.000 personas viven en Huelva del sector de la fresa y de sus exportaciones. Han transformado la economía de la zona y la han sacado de la miseria. Convertirlos ahora en unos sospechosos agentes de destrucción del medio ambiente es una mezcla de ignorancia y de soberbia propia de urbanitas que desconocen por completo la realidad del campo español. Quienes mejor saben proteger el medio ambiente y los más interesados en hacerlo son quienes viven en el campo y del campo.

En cuanto a la bronca de Bruselas, diría que el Partido Popular Europeo ha encontrado, acaso sin quererlo, una bandera para recuperar su mermada influencia. La cuestión de Doñana no es la de una «esquinita» de Europa, es la causa del mundo del campo del campo contra el dogmatismo medioambiental que hace mucho tiempo ha colonizado los despachos de Bruselas.

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