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Agua de timónCarmen Martínez Castro

El final de la inocencia

Si las prácticas de Putin dejan en mantillas a las de la antigua URSS, el poder acumulado por Xi Jinping haría palidecer al mismísimo Mao

Actualizada 01:30

La visita de Pedro Sánchez a China no tiene nada de particular; lo que resulta sorprendente, y solo se justifica por la pandemia, es que esta haya sido su primera visita en cinco años de gobierno. Sánchez hizo lo que tenía que hacer y le dijo a Xi lo que tenía que decir: para promover un plan de paz en Ucrania antes debe hablar con Zelenski; a partir de ahí poco más que comentar. Pero esa visita nos debería obligar a todos a reflexionar sobre los cambios que se están produciendo en el mundo, el papel que China desempeña en ellos y qué estamos haciendo los países occidentales al respecto.

El nuevo milenio supuso la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio. Pensamos entonces que así se completaba un ciclo feliz iniciado con la caída del muro de Berlín; el comunismo había sido vencido por la democracia y la economía de mercado. Es cierto que China seguía siendo un implacable dictadura pero, ilusos de nosotros, creímos que el comercio con Occidente acabaría por llevar también hasta allí la libertad. El mundo sería una gran comunidad donde la democracia y la paz se abrirían paso por pura racionalidad económica.

Veinte años después la situación es justo la contraria. En Europa se está librando una guerra devastadora provocada por Putin y el comercio no ha servido más que para endurecer las dictaduras china y rusa. Si las prácticas de Putin dejan en mantillas a las de la antigua URSS, el poder acumulado por Xi Jinping haría palidecer al mismísimo Mao. Hoy son las democracias occidentales las que se ven retadas sin disimulo por un nuevo bloque de poder que considera las reglas internacionales basadas en la libertad y respeto a los derechos humanos como un nuevo colonialismo.

Inocentemente hemos puesto en manos de esas autocracias buena parte de nuestra economía y nuestra seguridad, también les hemos dejado el campo libre en África e Iberoamérica para practicar una diplomacia económica mucho más inteligente que nuestro desdén supremacista. Hoy China tiene acceso a nuestros datos personales gracias a su formidable desarrollo tecnológico, puede colapsar nuestras economías con cuestiones tan estratégicas como los semiconductores e incluso tiene en sus manos nuestro futuro ya que controla el 80 por ciento de la producción y procesado de metales raros y materias primas imprescindibles para avanzar en la digitalización y la descarbonización de nuestras economías.

Probablemente los libros de historia en el futuro contarán que la guerra de Ucrania fue el inicio de una nueva etapa en el orden mundial. El mundo feliz gobernado por la racionalidad del interés económico mutuo ya no existe. Ha vuelto la guerra fría con una China mucho más poderosa de lo que era la vieja Unión Soviética. Ya no hay lugar para el voluntarismo y sí es necesario hacer un ejercicio de voluntad. Admitir que nuestros supuestos socios son en realidad peligrosos rivales nos obliga a actuar en consecuencia. Estados Unidos se está poniendo las pilas a pasos agigantados, ero en Europa las pilas todavía ponen «Made in China».

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