No será candidato
Sánchez encontrará lo que busca, que no es otra cosa que no descender en exceso de comodidades y privilegios. Pero no tiene la menor intención de ser el candidato
Hacían corrillo en el antepalco del Santiago Bernabéu, durante el descanso de la final del Mundial de España –el de Naranjito–, en 1982, el Rey Don Juan Carlos, su padre, Don Juan, Conde de Barcelona, el presidente italiano Pertini y el presidente del Gobierno de España Leopoldo Calvo-Sotelo. La UCD hacía aguas por todas partes y Calvo-Sotelo había convocado elecciones generales para el mes de octubre. Pertini le preguntó con limpias intenciones:
–No, señor presidente. Me quedan más de ocho meses.
–En tal caso, habrá adelantado las elecciones para ganarlas.
–No, señor Pertini. Las he adelantado para perderlas.
–¡Jamás entenderé a los políticos españoles! Si el barco se hunde, manténgalo a flote como sea. Y en ocho meses, desde el poder, repite el triunfo.
–No tengo ninguna posibilidad de triunfar. Las he convocado para perder antes de que me echen.
Leopoldo Calvo-Sotelo, además del presidente del Gobierno más culto e ilustrado de nuestra democracia, era un hombre honesto y un político leal. Su partido, la UCD, se había convertido en un guirigay de personalismos y ambiciones. Las familias políticas que reunió Adolfo Suárez para crear UCD se llevaban peor que Paquirrín con su madre, y don Leopoldo asumió el fracaso. Tan grande resultó la catástrofe –202 diputados del PSOE–, que no resultó elegido Leopoldo Calvo-Sotelo. Fraga Iribarne y Alianza Popular pasaron de 10 a 107 escaños y UCD de 157 a 11. Calvo-Sotelo no engañó a nadie. Cuanto antes fuera derrotado, mejor para España. Y los primeros cuatro años de Felipe González resultaron positivos y fundamentales, con un Gobierno serio carente de analfabetos.
Todo muy diferente. En las formas y en el fondo. En 1996 ganó Aznar y el PP, con minoría. Fueron años aparentemente brillantes para nuestra economía, pero detrás del telón, el que mandaba en el escenario era Jordi Pujol, que a cambio de su apoyo parlamentario al PP, consiguió de Aznar la extinción del Servicio Militar, la transferencia total de la Educación a Cataluña y la cabeza en bandeja de plata de Aleix Vidal-Quadras, que mantenía en Cataluña un PP tan potente como bien cohesionado.
Ante un desastre electoral, los trucos no sirven para nada. El adelanto al 23 de julio de las elecciones generales de Sánchez, no tiene otro objetivo que el de su propia supervivencia. Muchos de los suyos se lo quisieron cargar la misma noche de las elecciones. Y Sánchez, sabedor de que no llegaba hasta diciembre, se ha dado 50 días de plazo para ajustar su futuro personal. No será el candidato, porque su orgullo y prepotencia no le permiten una nueva humillación. Olisqueará por Europa, siempre amparado por su amiga Ursula von der Leyen, la exquisita empleada de Soros. Buscará alguna presidencia representativa, e intentará disfrazar de grandeza y patriotismo la decisión de no presentarse a las elecciones. Dejará un PSOE dividido y maltrecho, con la clientela enfadada y los socios –excepto los filoetarras– en el abismo. Hace un par de días leí en lo que se había convertido Podemos. Un chalé en Galapagar y una silla estropeada.
Sánchez encontrará lo que busca, que no es otra cosa que no descender en exceso de comodidades y privilegios. Pero no tiene la menor intención de ser el candidato. Para enfadar aún más al PSOE, optará por Yolanda Díaz, que no llegará a acuerdo alguno con Podemos. El odio entre las facciones odiadoras de la ultraizquierda española es insuperable. El PSOE se ha quedado sin inteligencias. Sobran esclavos y aduladores y falta sabiduría. Sánchez es tan listo como malo, y no espera nada de sus compañeros, y menos aún de su equipo de confianza. En cincuenta días encontrará el camino abierto hacia Soros. Y no será el candidato. No tendrá nada que ver con él. En unos años podría ser el ministro de Asuntos Exteriores de Marruecos, pero en cincuenta días, resulta precipitada la opción.
No se presentará.