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Enrique García-Máiquez

El tridente

Todavía no ha empezado la campaña electoral de las generales, unas elecciones, además, decisivas para el futuro de España. que la gente esté pidiendo la hora antes de que haya empezado el partido es significativo

Actualizada 01:30

Posiblemente mi opinión en este artículo tenga un acusado sesgo personal, lo confieso. Mi tesis va a ser que el calor y las vacaciones no serán los peores impedimentos para votar en la fecha que ha escogido Pedro Sánchez. Ahí está mi sesgo. Escribo desde el Puerto de Santa María, donde vivo. El calor aquí, gracias a las brisas atlánticas que entran por el golfo de Cádiz, es bastante soportable –salvo que el Levante diga aquí estoy yo–. Uno de mis hermanos ha tenido que ir a Córdoba a una gestión de trabajo y nos mandó un audio con un hilillo de voz que decía: «Eh, si alguien de por allí se queja de la calor, mandádmelo para acá, a que compruebe una cosita».

Tampoco las vacaciones son un grave problema… en Cádiz. Aquí lo normal es que veraneemos en casa, en parte por ahorrar y en parte porque dónde mejor. Así que esos dos inconvenientes que todo el mundo ve, yo también los veo, pero, como no los padezco, me parecen menos importantes.

Confesado mi sesgo, aprovechémoslo. Para muchos de ustedes serán inconvenientes gravísimos, con razón; y le mando un saludo a mi hermano que está en Córdoba. Pero, como no los tengo encima, yo veo más claro y más grave un tercer inconveniente de la fecha de la cita electoral de Sánchez.

Es el cansancio de la política. La campaña electoral viene a renglón seguido de la de las municipales y autonómicas, que fue larga, intensa y, por ser local, muy pegada al terreno. Eso ya cansa. Luego han venido todas las idas y venidas, y los dimes y diretes de los pactos, que tienen a la política todavía más tiempo en modo campaña, si no ya electoral, si post electoral, superponiéndose a la campaña pre electoral.

El cansancio de la opinión pública es palpable. Yo tengo unos lectores muy empáticos, siempre animándome, pero llevo ya tres o cuatro toques de atención pidiéndome que deje por favor de hablar de política. Que hable de las playas de junio o del final de curso o de las siestas a la sombra de la vieja higuera.

Por supuesto, les entiendo, porque yo prefiero las siestas, los finales de curso y las playas en cualquier mes del año, pero, ojo, que todavía no ha empezado la campaña electoral de las generales, unas elecciones, además, decisivas para el futuro de España y la salud de nuestras instituciones. Que la gente esté pidiendo la hora antes de que haya empezado el partido es significativo.

El plan de Pedro Sánchez tiene, pues, un tridente como el de Pedro Botero: el calor, las vacaciones –de los que todo el mundo habla– y este afilado hastío o sobredosis de la política. Pero ¿no afectarán por igual a sus votantes? Su plan es que no, porque los pactos entre PP y Vox los habrían despertado a ellos y sólo a ellos de la modorra. Esto probablemente le salga fatal, porque, siempre con Sémper como excepción, esos pactos ya no asustan a nadie fuera del búnker de La Moncloa.

Y si no le sale bien, al menos el desinterés político le servirá de camuflaje de su pésima gestión. Sánchez nos ha hurtado de un modo sibilino el derecho cívico a un debate vivo en la opinión pública. Ha desfondado de algún modo las generales. Todo legal, sin duda; pero sometiendo a una interesada prueba de estrés a la democracia. Es importante saberlo, sin dejar que ni el calor ni el lío con el puente y las vacaciones, nos impidan advertir de este otro desbarajuste político.

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