Vacaciones sanchistas en Marruecos
Sánchez ha dejado que le imagináramos en Lanzarote mientras estaba en Moncloa y ahora se permite la chulería de marcharse a Marrakech
Hasta hace unas horas, creíamos que Sánchez se había ido de vacaciones a Lanzarote poco después de conocerse el escrutinio de votos del 23-J. Lo anunció la Agencia Efe, que es pública, y nadie lo desmintió formalmente.
Ahora sabemos que todo este tiempo ha estado en la Moncloa, sin comparecer en público salvo en algún vídeo en las redes sociales del PSOE, normalizando el monólogo como procedimiento habitual de comunicación con la ciudadanía.
Nos hemos acostumbrado a que no dé explicaciones de nada, a que no se someta a las preguntas libres de los periodistas y a que, en definitiva, se hable de lo que él quiera, como él quiera y cuándo él quiera; pero todo ello no deja de ser una muestra más de la degradación democrática implantada en España por un presidente que llegó al cargo a lomos de la transparencia y se ha convertido, con la complicidad del periodismo pastueño, en el rey de la opacidad.
La confusión premeditada sobre su paradero, en plena crisis nacional por las incertidumbres que rodean la investidura del próximo presidente y el precio que tendrá que pagar si es él mismo, se ha coronado con la revelación de que, finalmente, se ha marchado de vacaciones familiares a Marruecos, en un vuelo comercial y pagándoselas de su propio bolsillo.
Algo tendrá que ver El Debate en ese cambio de postura, por cierto: tanto defender sus corifeos el uso indiscriminado del Falcon, de las Marismillas, del Puma, de La Mareta y de todo lo que se mueve para asuntos personales o de su partido; y va Sánchez ahora y reconoce que teníamos razón variando sus costumbres para adaptarlas a los parámetros de decencia que hasta ahora se saltaba con un descaro invisible para los mismos que exigen demostraciones de probidad constantes al Rey Felipe, por ejemplo.
Dicho lo cual, a la chulería de permitir que nos lo imagináramos rodeado de langostinos en alguna playa canaria y a la chulería de refugiarse clandestinamente en La Moncloa le añade ahora la chulería de irse a descansar a Marrakech, para lanzar otro mensaje subliminal que cualquiera puede captar a poco que afine la vista y el oído.
Porque irse a Marruecos, precisamente a Marruecos, equivale a decir que le importa una higa todo lo que ha trascendido sobre su insólita actitud con Marruecos, resumida en una inexplicable e inexplicada sumisión a Mohamed VI tras ser espiado unos meses antes.
Al igual que a Sánchez no le condiciona el respeto a la liturgia democrática, que impone una felicitación al ganador de las elecciones y la aceptación de un diálogo protocolario con él; tampoco le afecta la sensación extendida de que le regaló el Sáhara a Mohamed VI tras ser asaltado su teléfono personal por los servicios de inteligencia marroquíes.
Haya o no relación entre ambos acontecimientos, lo cierto es que la duda es verosímil y la falta de explicaciones decentes al respecto solo ha contribuido a ampliarlas. Y ante eso, había dos actitudes posibles: o aclarar el asunto, para que nadie piense que tenemos un presidente que al chantaje independentista le añade la extorsión marroquí, o pasarse todo por el arco del triunfo y marcharse al lugar de los hechos haciendo una peineta al respetable.
Sánchez ha optado por lo segundo, con el único matiz de que, al menos una vez, la chulería se la paga él. Se lo puede permitir, mientras todo el mundo se empobrecía, su última declaración de bienes demuestra lo bien que le ha ido a él dedicándose a la política: dos casas, dos plazas de garaje, más de 100.000 euros en un plan de jubilación, otros 80.000 en fondos de inversiones y un pico en la cuenta de ahorros.
Le da, al menos, para comer un buen cuscús en Marruecos y, quizá, para comprarse un teléfono móvil nuevo con todas las chuminadas posibles y un buen antivirus.