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Perro come perroAntonio R. Naranjo

La infame comparación entre Vox y Bildu

No es lo mismo pactar con Otegi y Puigdemont que con Abascal, y si no se machaca con esa idea la alternancia será inviable siempre

Actualizada 01:30

Además de su diligencia en crear parados, la izquierda española es buena en algo más: generar mantras, frases cortas y facilonas que, a modo de comida basura, llenen los cerebros más laxos de ideas flatulentas con las que digerir y defender los peores atracos.

La operación para reunir en torno a Sánchez los 176 votos necesarios para lograr la investidura ha alcanzado el paroxismo con el redescubrimiento y adaptación del término «mayoría social» con el que, en realidad, se quiere esconder la auténtica naturaleza del apaño.

Si Sánchez no ha ganado pero Feijóo no tiene los escaños suficientes, todo lo que no es ni de uno ni de otro es del PSOE y constituye un bloque de «progreso», tan homogéneo, sincronizado y coincidente en realidad como la fauna salvaje de la sabana africana.

Solo con ver la guerra entre Sumar y Podemos, la de ERC y Junts y la del PNV y Bildu puede intuirse el estrepitoso rendimiento que tendrá un Gobierno que, además de actuar con los pantalones bajados en términos de negociación territorial, se va a enfrentar a un cuadro económico terrible sin el dopaje de los fondos europeos, el extra de recaudación de la inflación y la irrepetible ayuda de la supresión de las normas fiscales de control de la deuda y el déficit.

Es probable que a Sánchez todo eso le dé igual y, cuando vea que la sangre va a llegar al río, nos regale otro de sus tirabuzones en forma de disolución de las Cámaras, con el discurso consabido de que ha intentado desanar al nacionalismo pero es imposible y la decisión escapista de que se coma otro el marrón de los recortes.

Pero hasta en ese hipotético instante, lo perpetrado antes dejará un inmenso aroma de consecuencias irreversibles en muchos ámbitos: bien porque el legado sobreviva a Sánchez y condicione para siempre la manera de hacer política en España; bien porque su penúltimo truco de prestidigitador tramposo le sirva para crecer electoralmente; el sanchismo ha llegado para quedarse.

Por eso son importantes los conceptos, los procedimientos, la liturgia y la pedagogía, indispensables para combatir el lenguaje tramposo con el que perfuman las sentinas donde se mueven: Sánchez no ha ganado, Sánchez no encabeza mayoría social alguna y Sánchez no repite, desde la segunda posición, los acuerdos que el PP ha cerrado con Vox en aquellas regiones y municipios donde no ganó pero pudo sumar para superar al PSOE.

Con El País ejerciendo siempre de oficiante de la propaganda sanchista, se pretende ahora comparar el atraco en ciernes en el Parlamento con lo que hicieron en el pasado remoto o reciente Ayuso, Almeida, Mañueco o Guardiola para gobernar en sus respectivas comunidades y Ayuntamientos; al objeto de defender la posibilidad de alcanzar el poder sin haber ganado en las urnas.

Que al periódico en cuestión y a todos los excitados miembros del orfeón sanchista se les olvide el mayor antecedente, aquella moción de censura nefanda, ya revela la naturaleza torticera de un razonamiento con el que se quiere camuflar la evidencia: se puede gobernar quedando segundo, con un sistema electoral que desecha la elección directa del presidente o alcalde y la delega en las mayorías de parlamentos, asambleas y plenos.

Pero no se puede hacer ni con cualquiera ni para cualquier cosa. Hasta los más energúmenos militantes del antifranquismo vintage de Sánchez tendrán que reconocer que en Castilla y León, Valencia, Madrid o Extremadura no se han dado casos de niños devorados, gais apaleados o mujeres asesinadas por dirigentes de Vox incorporados a la acción de Gobierno en coalición con el PP.

Y que las leyes más simbólicas de protección de las minorías, tan necesarias como a menudo soflamadas por un perverso asalto ideológico a causas en realidad respaldadas por todos, no se han derogado ni sustituido por otras más típicas, por cierto, de regímenes parecidos al que poco a poco se implanta en España.

Pero nadie podrá negar que si Sánchez completa su triste apoyo propio, de apenas 121 diputados, con Díaz, Belarra, Baldoví, Otegi, Ortúzar, Junqueras y Puigdemont (más todas las facciones, familias y pequeñas sectas que adornan a cada uno de los socios de aventura); es muy probable que le impongan lo que explica su respaldo.

Ayuso no dejó de ser Ayuso para obtener el plácet de Vox en su día, pero Sánchez tiene que dejar de ser Sánchez y convertirse en una especie de batasuno multicolor para seguir siendo presidente. Adelante con los faroles, pero no llamemos matrimonio a un vulgar ejemplo de prostitución.

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