¿Y si Feijóo pacta con Puigdemont?
A un tramposo, que no reconoce la victoria ajena y se niega incluso a conversar, solo se le gana con mejores trampas
El relato de la izquierda presenta su sumisión al nacionalismo como una voluntaria disposición a comprender mejor la España plurinacional que conducirá, con la visión pionera de Sánchez, a un marco territorial nuevo donde todos seremos felices y comeremos perdices: vascos y catalanes serán a la vez independientes y españoles y, con esa fórmula pionera, empezarán a mostrar un afecto, preocupación y colaboración con un país que dejará de ser invasor para transformarse en un fraternal aliado, capaz de ser al mismo tiempo ajeno a los separatistas y único para los constitucionalistas.
La verborrea sanchista, tan hueca como todo parloteo que desprecie los hechos, se sincroniza con la del propio nacionalismo que, para conseguir su objetivo, se suma a la fiesta con discursos a menudo tan etéreos como los del propio Sánchez, consciente de que para lograr sus objetivos ha de presentarlos de una manera parecida, como hace el dirigente del PNV Andoni Ortúzar, más sutil siempre que Otegi o Junqueras en sus intervenciones.
«Sánchez tiene que ofrecer un pacto para el modelo territorial para los próximos 10 o 20 años». O 50, o quince minutos. El blanqueamiento recíproco entre el sanchismo y el separatismo es, simplemente, la manera en que uno edulcora su disposición a dar lo que se le pida y otro endulza su intransigencia, no sea que entre ambos agiten las aguas de esa abrumadora mayoría silenciosa que asiste al cambalache con desasosiego e incomprensión, sin duda, pero también con la pasividad razonable en un demócrata dotado con las virtudes de la educación y el civismo.
Pero no nos engañemos: la historia de España desde 1978, por poner una frontera constitucional aunque antes ya se hicieron esfuerzos integradores, es la de un país generoso que se ha dejado la piel por integrar a quienes, con una manipulación perversa de la verdad y una infatigable ingeniería social, han convertido cada concesión y reconocimiento en un trampolín para alejarse, y no en un puente para sentirse cómodos.
Las identidades «nacionales» de España son, en realidad, una prueba de su riqueza y abolengo como nación; y no un indicio de la convivencia forzosa de distintas naciones sin Estado, oprimidas por uno artificial que castra su desarrollo pleno y le aboca a la lucha: en Francia, Italia o el Reino Unido hay tantos idiomas, idiosincrasias y antecedentes cantonales como en España; y todos ellos se entienden como un ingrediente más de su naturaleza, y no como un indicio de la coexistencia forzosa de realidades distintas.
Sánchez, que no felicitó a Feijóo, tampoco quiere reunirse con él antes de la constitución de las cámaras, el 17 de agosto. Le niega la condición de ganador y desprecia la posibilidad de entenderse en nada con él: ni siquiera quiere explorar la posibilidad de que, ante el miedo a que el Gobierno de España dependa a la vez de un prófugo, un golpista y un terrorista, se abstengan los 137 diputados del PP para que los 152 del PSOE y Sumar conformen un Ejecutivo sin la extorsión de Bildu, ERC, Junts y el PNV a la vez.
Lo que el PSOE nunca hará para frenar a la supuesta «ultraderecha», que le preocupa mucho pero no lo suficiente para detenerla permitiéndole hacer al PP lo que el PP ha hecho con el PSOE en Barcelona, Feijóo debería hacerlo llegado el caso, como mal menor ante la certeza de que Sánchez juega a hacer inviable siempre su alternancia: si criminaliza las alianzas de su rival, con Vox, y a la vez se niega a acordar nada con el PP, la moraleja es que solo considera legítimo un Gobierno presidido por él. Todo un demócrata.
Pero ni eso está dispuesto a lograrlo sin exponer a España al inmenso peligro que supone entregar su estabilidad a quienes solo quieren destruirla para hacer realidad, al fin, su delirio identitario, excluyente y falaz. Sánchez prefiere entenderse con Puigdemont que con Feijóo, aunque el segundo podría hacerle presidente, con la nariz tapada, si su plan fuera de verdad intentar gobernar para todos los españoles.
Como eso no es verdad, y a Sánchez le sobramos la mitad, hay que empezar a preguntarse qué opciones tiene el PP de ganar algún día mientras mantenga el principio de tratar a Puigdemont como se merece y si, ya puestos, no debería sumarse y mejorar el «plurinacionalismo» sanchista dado que, según la izquierda española, no es tan peligroso y acabará con todos los males.
En mi opinión, alimentar a un león con carne fresca nunca le hace vegano, pero si ése es el relato falaz que imponen los tiempos, entendería perfectamente, con dolor y grima infinitos, que todos jugaran con las mismas reglas. A un tramposo, tal vez, solo se le gana haciendo trampas.