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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Yolanda Díaz, el sueldo de los futbolistas y el buceo a pulmón

La vicepresidenta es un caso único: gana mucho más de lo que genera, pero no es lo habitual.

Actualizada 01:30

Hace cuatro años, la japonesa Hanako Hirose descendió a pulmón 103 metros en una fosa del mar conocida como el «Vertical blue» en Las Bahamas. El descenso en apnea es tal vez el deporte más peligroso del mundo y uno de los que pone más a prueba los límites del ser humano. A medida que vas bajando, la luz desaparece más rápido que el oxígeno y te encuentras ahí solo, en silencio y rodeado de oscuridad, buscando llegar al testigo que, si vuelves a la superficie, debes entregar para certificar la cota alcanzada.

La subida es aún más complicada: no puedes ir rápido, para esquivar el aplastamiento de los pulmones por la falta de aire y los cambios de presión, y muchos buceadores colapsan por ello con el temido black out: el cerebro desconecta literalmente tu propio cuerpo, que entra en una especie de desmayo para limitar al máximo el consumo de energía y acaba siendo mortal si no te logran llevar a la superficie para someterte al protocolo de reanimación.

Solo cinco minutos después de que la gran atleta japonesa batiera esa marca, equivalente a subir y bajar buceando la célebre estatua de la libertad y un bloque de seis alturas, otra deportista, la italiana Alessia Zechinni, se sumergió en las mismas aguas inciertas y batió a su rival y amiga bajando otro metro más.

Es, para entendernos, como si Carl Lewis hubiera corrido los 100 metros en unos legendarios 9 segundos, una cifra inalcanzable para la humanidad, y a continuación Usain Bolt lo hubiese bajado a unos increíbles 8.9.

Tiempo después de aquella heroicidad, Zechinni intentó la gesta definitiva que la convertiría en la mejor apneísta de todos los tiempos, superando a la gran Molchanova, un mito de este deporte cuyo cuerpo reposa en alguna cueva desconocida del litoral español: allí salió a entrenar, una mañana cualquiera, y nunca volvió.

La italiana intentó cruzar el llamado «Blue hole» en Dahab, un precioso pueblo en el Mar Rojo de Egipto en el que Stephen Keenan, su entrenador, pareja y ayudante, había montado un prestigioso centro de buceo. Zechinni solo podía superar a Natalia Molchanova si descendía 50 metros, cruzaba a oscuras y en horizontal otros 30 bajo un terrible arrecife y ascendía otros 50, todo ello sin aletas, con el único impulso de sus pies desnudos.

Estuvo a punto de lograrlo, pero al salir de la cueva se desorientó al no ver la cuerda que debía guiarla a tierra, y solo salvó la vida gracias a la heroica ayuda de Steve: encontró la aguja en el pajar del océano, la cogió de las manos y la llevó arriba, en un inmenso esfuerzo que acabó con su propia muerte.

Todo ello pueden verlo en el sobrecogedor documental «La inspiración más profunda», un precioso y siniestro homenaje a un deporte al que pocos se acercan en peligrosidad y en dureza: aunque sepan de buceo lo que Yolanda Díaz de inglés, disfrutarán y se conmoverán con una historia, unas personas y una disciplina increíbles.

Ninguno de estos formidables atletas es millonario. Alessia, que ha seguido batiendo récord del mundo para dedicárselos siempre a Steve, es desconocida para el gran público y, aunque tiene una vida apasionante y sin apreturas, no le da para vivir como Cristiano Ronaldo o Lebron James, aunque en lo suyo es mejor que ellos en términos de rendimiento y títulos conseguidos.

Pero la apnea no es un deporte de masas, no genera ingresos multimillonarios ni constituye una industria en sí misma: el talento, la magia y los hitos necesitan de un mercado para reportarle a sus protagonistas una parte sustantiva de la ganancia que provocan.

Cuando la vicepresidenta del Gobierno pide equiparación salarial entre las jugadoras de fútbol femenino y los jugadores masculinos, está engañando a espléndidas deportistas con una propuesta inviable: no ganan menos por ser mujeres, sino porque el negocio que generan es inferior, como le ocurre a un futbolista del Cádiz frente a otro del Real Madrid o a Joaquín Sabina ante Mick Jagger. También les pasa a los hombres, pues.

Y Díaz lo sabe. Pero no conoce en realidad ni a Vero Boquete, la futbolista española con la que todo empezó, ni a Alessia Zechinni, la mujer que más se ha acercado a parecerse a un delfín.

Las engaña, y menosprecia, con una propuesta imposible aún que solo le sirve a ella para lucir palmito y demostrar, eso sí, que hay excepciones: se confirma que una vicepresidenta puede cobrar mucho más que una buceadora, aunque una nos ponga en peligro y otra, valiente, se ponga ella sola.

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