El enmoquetado
Lo que llevaba sobre la cabeza el fiscal jefe de la Audiencia Nacional era una moqueta. Se trata de un fiscal enmoquetado a capricho del enmoquetador, tapicero o alfombrista
El viejo millonario adquirió para su rendida amante un lujoso piso en la calle de Antonio Maura en Madrid esquina con Alfonso XII. Vistas al Retiro y el restaurante Horcher, el mejor de Madrid, a cinco minutos de agradable paseo. La rendida amante era objeto de toda suerte de detalles por parte del viejo millonario. Como no había estado jamás en Nueva York, le compró un billete de ida y vuelta en primera clase y le reservó una suite en el Hotel Pierre. A su llegada al aeropuerto Kennedy le aguardaba una enorme limusina con un conductor que dominaba el español. A su vuelta, se lo contaba a sus amigas mientras merendaban en el desaparecido Embassy de la calle de Ayala. «Es tan encantador y generoso conmigo, que en el aeropuerto de Nueva York me esperaba un chófer con una 'muselina'». De cuando en cuando, por sus hablares, demostraba su condición social. «Tenéis que venir a casa, que ha quedado preciosa. Me han puesto moqueta hasta en el váter». 'Váter' enmoquetado y alicatado hasta el techo.
Con afán analítico y pretensión científica, he intentado hallar el símil de la peluca del fiscal jefe de la Audiencia Nacional don Jesús Alonso. Don Jesús es persona de criterio variable. Cuando fue nombrado fiscal jefe de la Audiencia era un calvo normal, más o menos como millones de hombres con un inicio de alopecia. Pero alguien le convenció para que se sometiera a un implante capilar. Don Jesús, que había acusado a Tsunami Democràtic –no es necesaria la traducción al español– de terrorismo, cambió de parecer en tres días, eliminó su acusación y se ofreció a facilitar la amnistía de los salvajes separatistas catalanes para facilitar el proceso de la amnistía. En vista de ello, Marlaska le concedió la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil, con toda probabilidad, para humillar aún más a la noble y leal Institución Benemérita. Y la calva del fiscal jefe había desaparecido. Se presentó –de ahí mi escrupuloso estudio– con una especie de gato muerto en la chochola, que no era un entretejido turco, ni peluca, ni peluquín, ni perico, ni casquete, ni postizo, ni periquillo, ni cairel, ni bisoñé, ni añadido. Perdido en mi frenesí analítico, recordé lo del «váter enmoquetado» de la rendida amante del viejo millonario (Q.S.G.H.) y llegué al desenlace de mi investigación. Lo que llevaba sobre la cabeza el fiscal jefe de la Audiencia Nacional era una moqueta. Se trata de un fiscal enmoquetado a capricho del enmoquetador, tapicero o alfombrista, dado que el sector anterior izquierdo de su occipucio se mantiene pelusón y calvoroto. O se le terminó la moqueta, o hay un fondo artístico en su diseño que escapa a mis conocimientos. Una moqueta negra como un teléfono de pared de la posguerra, cuando, por su aspecto, quizá al señor fiscal jefe le habría agradado y favorecido el retal de una alfombra de la Real Fábrica de Tapices, más alegre que la moqueta incompleta que lució mientras era condecorado con el mayor honor de la Guardia Civil, que tuvo que soportar en el Tsunami Democràtic toda suerte de humillaciones, golpes y heridas porque el Gobierno del señor Rajoy le prohibió responder con serena contundencia. De no ser un conocido malvado, el ministro Marlaska podría haber condecorado al enmoquetado con otra medalla que nada tuviera que ver con la gloriosa Guardia Civil, pero a lo hecho, pecho.
Lo colgó anteayer en las redes sociales un joven poeta.
amén de bella y discreta,
puede oler igual de mal
que el culo de una mofeta.
Cámbiese peluca por moqueta y el epigrama mejora.