La derecha, extramuros
El problema no es la ambición de Sánchez. Si sólo estuviéramos gobernados por un ambicioso sin escrúpulos sería grave, pero el diagnóstico es aún peor. El presidente del Gobierno representa un papel escrito por otros
La traición del PSOE a la Transición se ha consumado y, con ella, a la Constitución, a la democracia, al Estado de derecho, al imperio de la ley, a la independencia del poder judicial, al principio de igualdad de los ciudadanos y a la nación. El nuevo Gobierno nace de pactos ilegales con quienes quieren destruir España. Se entrega la Constitución a cambio de votos, y los separatistas no hace ni una sola concesión ni renuncian a nada. Ignoramos, además, las hechas a Bildu, que se mantienen en secreto. Pero no hay nada oculto que no salga a la luz. ¿Hay alguien que se crea que dan su apoyo sólo para que no gobierne la derecha? Nunca habíamos asistido a una rebelión de los juristas como la que se ha producido.
Es evidente que la ambición de poder de Sánchez le lleva a entregar todo (al menos, a ofrecerlo, ya conocemos sus dificultades para cumplir la palabra dada) a cambio de seguir gobernando. Pero el problema no es la ambición de Sánchez. Si sólo estuviéramos gobernados por un ambicioso sin escrúpulos sería grave, pero el diagnóstico es aún peor. El presidente del Gobierno representa un papel escrito por otros. Ya sabemos que tiene dificultades para la originalidad en la escritura. Es más bien una marioneta. La prueba de que la ambición de poder no constituye la verdadera explicación reside en el hecho de que podría haber elegido otras alianzas, pero el plan no era ese. El plan arranca de la mayoría absoluta obtenida por Aznar. La izquierda radical y gran parte de la socialdemócrata no podía soportar un gobierno de la derecha sustentado en la mayoría absoluta. Los enemigos del pueblo no pueden gobernar legítimamente. La democracia es de izquierdas, y la derecha, por lo tanto, es antidemocrática. Este planteamiento revienta, naturalmente, la Transición, la concordia y la Constitución. Y el buen sentido. La Transición fue ilegítima porque legitimó a la derecha y, en definitiva, al franquismo. Es preciso acabar con todo eso. Como afirmó Jaime Mayor Oreja, la ETA dentro del sistema y la derecha fuera. Ignoro quiénes diseñaron el plan de demolición de la concordia, aunque podría aventurarlo, pero bastaría la fidelidad de la izquierda a su inclinación natural para explicarlo. La realidad se impone salvo a quienes se obstinan en no verla. El Gobierno invoca la concordia con los separatistas mientras la destruye con, al menos, media España. Sánchez no busca la concordia entre España y Cataluña, sino entre sus intereses y el separatismo catalán. Cataluña, aunque algo maltrecha, es mucho más que Puigdemont y Junqueras.
La oposición, de momento, no está perseguida ni encarcelada. Y gobierna en la mayoría de las autonomías y tiene mayoría absoluta en el Senado. Pero cuando la oposición es deslegitimada y combatida por el Gobierno, la democracia camina hacia su extinción. La misión del Gobierno no es el control de la oposición. Las revoluciones han fracasado. La táctica ahora es otra: la demolición de la democracia desde dentro, la deconstrucción de la democracia desde el poder: de la ley al despotismo. En estas décadas democráticas ha habido debates y enfrentamientos políticos durísimos, pero ni el PSOE ni el PP (UCD) negaron al otro la legitimidad para gobernar o para oponerse. Hoy, según el PSOE, la mitad o más de los españoles son reaccionarios o fascistas, enemigos de la democracia. Es la guerra civil con otros medios. Además, se ha defraudado a los electores porque los pactos y la ley de amnistía no sólo no iban incluidos en el programa electoral, sino que se defendía exactamente lo contrario. Sánchez promete cumplir y hacer cumplir la Constitución con los enemigos de la Constitución.
La alianza entre nacionalismo y socialismo no recuerda la mejor herencia de la pasada centuria. Las dos pestes de la política contemporánea son el nacionalismo y el comunismo. Al lado de esto, la ambición de Sánchez y sus patológicas carcajadas en la tribuna de oradores son sólo un triste episodio pasajero. La derecha está siendo expulsada extramuros de la ciudad, empujada al Aventino. Lo ha descubierto quizá un poco tarde, pero aún hay tiempo para reaccionar y está reaccionando. Están en juego España y la libertad.