La patología social como programa político
También existen graves pandemias del alma, pandemias de carácter psicológico y moral, covid espiritual. Y no disponemos, de momento, de vacuna ni de mascarillas del alma
Un Gobierno trastornado dirige una Nación en parte trastornada. Un memorial incompleto: comunistas en el Ejecutivo, apoyo de exterroristas y separatistas, proyecto totalitario de manipulación de la sociedad y sus valores, agresiones a la libertad de expresión y otras, exclusión de, al menos, media sociedad, indulto a los delincuentes del partido gobernante, proceso de demolición del Estado de Derecho, imperio de la mentira, concesiones abyectas a cambio de apoyos.
El análisis político en España ha superado los ámbitos jurídico, sociológico o moral para adentrarse en el de la clínica. Hoy la disciplina imprescindible para entender lo que sucede es la Patología. Ya no bastan los educadores, los jueces o la policía. Es competencia de la sanidad. No estamos ya sólo ante conductas propias de ideologías extraviadas ni de nocivas políticas económicas, sociales, educativas y culturales. No se trata, claro, de internamientos en centros se salud mental (eso queda para los regímenes comunistas). Puede bastar con la asistencia domiciliaria, grupos de terapia (como los fumadores y bebedores) y sólo en los casos más agudos un breve período de internamiento. La Política es una rama de la Medicina.
Para ilustrar la tesis (si es que hace falta) contemplemos dos de los casos más recientes. El primero es la reacción ante el brutal ataque terrorista de Hamás contra Israel. Es cierto que el Gobierno lo ha condenado. Faltaría más. Sólo un perturbado puede aplaudirlo. Pero resulta que algunos ministros, si no aplaudido, lo han justificado. Incluso una vicepresidenta que ante un disparate más ha rectificado un poco y como con desgana. Uno puede apoyar la «causa» palestina, aunque no creo que se trate de un concepto unívoco. Intuyo que no todos los palestinos piensan lo mismo. Suele suceder en todos los pueblos. Uno puede aborrecer al pueblo judío, aunque se trate de un sentimiento de raíz patológica. Pero aplaudir la atrocidad absoluta sólo puede hacerlo un trastornado incurable (salvo milagro). Pero hay un pequeño detalle más. Si se interroga a algunos de estos indigentes mentales, afirmarán que son profundamente pacifistas. Es decir, que un pacifista puede aplaudir asesinatos en masa sin dejar de ser pacifista. Si quieres la paz, prepara el terrorismo. ¿No constituye esto una grave patología mental y moral? Desde luego, la mayoría de los pacifistas, es decir, los sanos, son personas razonables y prudentes, aunque, como todos, pueden equivocarse. Y, desde luego, se estremecen ante crímenes como los de Hamás. Pero hay también pacifistas necios y trastornados. Las guerras resuelven brutalmente conflictos que no se pueden, al menos de momento, resolver de otro. Por eso puede hablarse de guerras justas e injustas, aunque todas horribles y mortales. Pedir que cese la violencia está muy bien, pero el problema es cómo hacerlo, y sobre todo conviene no equiparar al terrorista con la víctima. Un pacifista enloquecido es siempre peligroso. Termina por considerar que el verdadero pacifismo es el de Hamás.
Otra joya patológica. Una ministra del Reino de España, por supuesto republicana y comunista, declara con motivo de la Fiesta Nacional que no hay nada que celebrar porque lo que se conmemora es un genocidio. No hay español perturbado que no comparta este descabellado aserto, pero lo que ya resulta de ingreso por Urgencias es que lo haga una ministra (según ella, de un Reino antaño genocida). Pero eso no es todo. Encima asiste a la celebración. ¿Podemos estar seguros de que no se trata de una desequilibrada? Estamos acostumbrados a aguantar a este tipo de personas, no escasean, pero lo que es insoportable es tener que padecer que nos gobiernen.
Creo que los testimonios de cargo del diagnóstico son suficientes. Todo esto prueba que también existen graves pandemias del alma, pandemias de carácter psicológico y moral, covid espiritual. Y no disponemos, de momento, de vacuna ni de mascarillas del alma. Sólo podemos atenuar los síntomas y afinar la prevención. Lo malo es que algunos terapeutas puedan estar también enfermos y ser contagiosos.
Ortega y Gasset tituló uno de sus textos «La pedagogía social como programa político». Sólo cambiando una palabra obtenemos la concisa fórmula que resume lo que padecemos: la patología social como programa político.