Política criminal
Este espectáculo de abolición de la decencia y dignidad humanas revela que vivimos tiempo de penumbra moral
Hace unos años, en unas oposiciones a cátedra de Filosofía del Derecho, un miembro del Tribunal que no era jurista, sino profesor de Filosofía moral, se sorprendió de que uno de los candidatos tuviera una publicación en una «Revista de Política criminal» y le produjo cierto regocijo la expresión «política criminal». Hoy la fórmula cobra un nuevo sentido y ya no se limita al estudio de los medios políticos para combatir la delincuencia, sino que incluye un tipo de política orientada al delito, una política criminal.
Un elemental sentido de la prudencia me impide calificar como criminal la política del Gobierno español. Eso competerá, si acaso, en su momento al Tribunal Supremo. Por mi parte, me encomiendo a esa salvaguarda de la impunidad que se acoge a la salvadora expresión adverbial «presuntamente». Así, no afirmo que el presidente del Gobierno haya cometido o vaya a cometer un delito de traición, sino que, presuntamente, es un traidor a la Nación. En este sentido, su política sería presuntamente criminal.
La distinción platónica, en el maravilloso diálogo Gorgias, entre dos modos de entender la política ha sido, en cierto modo, llevada al extremo. El filósofo hablaba de la política socrática como un medio de conseguir la educación del ciudadano y su perfeccionamiento moral. Esta era la verdadera política. Y se refería a la política sofística como arte de conseguir el poder y conservarlo. Para ello se basa en el halago. El sofista halaga al pueblo y el filósofo lo corrige y reprende. Naturalmente, este último suele tener mayor apoyo popular. Es como si un tribunal de niños tuviera que elegir entre el médico y el pastelero. No cabe duda de que Pedro Sánchez es un buen ejemplo de político sofista, pero ha ido mucho más allá de la pastelería. No se limita al halago y a la demagogia, sino que entra de lleno en el puro ámbito de la inmoralidad. La mentira es su aliada, pero no solo ella. Se ha entregado a la más desaforada desvergüenza. Nada importa que algo haya sido negado y combatido muchas veces. Nada importa que algo estuviera ausente del programa electoral y fuera del debate político. Basta con que un político inmoral necesite los votos de un político delincuente y de partidos enemigos de España para que sus exigencias se conviertan en algo posible y plausible. Todo por el poder. Así, la política carece de escrúpulos y los políticos de vergüenza. De repente, el uso de las lenguas cooficiales en el Congreso se convierte en una urgente exigencia, tan urgente que se aplica antes de ser aprobada, en un maravilloso ejercicio de pulcritud jurídica. Súbitamente, la amnistía de los delincuentes separatistas se convierte en el bálsamo de Fierabrás de la política española, que todo mal calma y cura. La autodeterminación será la vía regia hacia la indivisible unidad de la Nación española.
Al presidente del Gobierno le siguen en sus filigranas mentirosas todos sus diputados y, por lo visto, la mayoría de los militantes, que no dudan en sacrificar su dignidad y decencia a su propio interés. Este espectáculo de abolición de la decencia y dignidad humanas revela que vivimos tiempo de penumbra moral. Antes los golfos ocultaban su condición; ahora la exhiben con orgullo. Pero los políticos no se encuentran solos en esta exhibición de infamia. Los acompaña ese tropel de comentaristas serviles y pagados que apoyan y aplauden sus inmundicias. Una desenvuelta contertulia, cuyo nombre ignoro y si lo supiera no lo diría (hay que combatir la estupidez, pero respetar al estúpido), quizá más preocupada por atildar su cuerpo que por adecentar su inteligencia, en un programa de televisión tronaba contra los diputados de Vox por abandonar el hemiciclo ante la mascarada lingüística (que hacerlo sea o no la mejor opción es otra cosa) y calificaba su actitud como totalitaria. Como distinguir entre mujeres tontas y listas, buenas y malas (y podría seguir) no es ejercicio de machismo sino obra de justicia, recomendaré a la indignada parlera el excelente libro de una mujer inteligente y culta: Los orígenes del totalitarismo de Hanna Arendt. Es un libro un poco gordo, pero allí, si le echa tiempo y paciencia, acaso pueda entender lo que es verdaderamente el totalitarismo y cómo surgió. Pero es mucho más cómodo y rentable repetir ovinamente consignas dictadas y, además, cobrar por ello.
El arte del análisis político se adentra hoy en los ámbitos de la Criminología, la Higiene moral y la Psicopatología. La Política se convierte en una rama de la Patología. ¿Política criminal?