La actitud de la Iglesia española
El profeta no halaga al pueblo, sino que lo reprende y corrige, es la voz del que clama en el desierto
En reciente artículo remitía para otro comentario la delicada cuestión de la actitud de la Iglesia española ante la grave situación que vive España. No es la tarea más grata, pero uno intenta ser amigo de la verdad y aproximarse a ella. Aclaro que no me refiero a la Iglesia como a lo que verdaderamente es, es decir, la comunidad de los creyentes y aspirantes al Reino de Dios, sino a la jerarquía, a quienes la gobiernan.
Una vez más, la República y la guerra civil constituyen el acontecimiento que marca nuestra historia reciente. Los católicos españoles sufrieron la mayor y más cruenta persecución de la historia en el siglo XX, si se atiende a la brevedad del período y al tamaño de la población. El resultado de la guerra significó la salvación, la supervivencia. Esta afirmación no impide el reconocimiento de que hubiera católicos republicanos y de izquierdas. Pero el Frente popular pretendía aniquilar a los católicos. En este sentido, Franco fue decisivo para salvar a la Iglesia. Esto no justifica el error de la consideración del catolicismo como religión oficial del Régimen (el llamado nacionalcatolicismo), ni los privilegios de la Iglesia o las entradas del jefe del Estado en las iglesias bajo palio. Guste o no, la Iglesia española tiene una deuda de gratitud con Franco. Es molesto, pero la verdad no siempre agrada. Pocas veces lo hace.
La Iglesia no es una institución política, ni el catolicismo una doctrina política, ni siquiera moral. El cristianismo no es de derechas ni de izquierdas porque no es una ideología política, sino un mensaje universal de salvación. No creo que haya una política cristiana y sí que hay muchas políticas anticristianas. Algunos creyeron hace décadas que el tema de nuestro tiempo era el diálogo entre cristianos y marxistas, pero hoy sabemos que nada cristiano hay en el totalitarismo comunista. Una cosa es el amor al prójimo y otra el odio a la burguesía y la dictadura del proletariado. El terror nunca es cristiano.
La actitud ante el proceso político que vive España se debate entre la prudencia, la neutralidad y acaso un punto de falta de valentía. La actitud ante la legislación de memoria democrática y ante acciones, como la exhumación de los restos mortales de Franco y la transformación del Valle de los Caídos, ha sido, en el mejor de los casos, tibia. El proyecto del Gobierno va mucho más allá de una mera implantación de políticas más o menos de izquierda radical. Entraña el propósito de transformación de la sociedad española y la eliminación de toda huella de la concepción cristiana de la realidad. Hace unos años un documento de la Iglesia española consideraba que la unidad de España entrañaba un bien moral. Hoy no parece que exista una orientación moral clara del voto de los católicos, salvo unas referencias a legislaciones claramente contrarias al derecho a la vida que, por otra parte, no constituyen principios propios de la moral católica, sino exigencias de la moral universal. Un compromiso explícito con alguna opción política sería un error, pero una indiferencia ante todas lo es también. Aunque es cierto que ningún partido cumple completamente con los principios de la doctrina social de la Iglesia, hay grados en el incumplimiento. Y, sobre todo, hay opciones dispuestas a quebrar la concordia nacional y promover la división entre españoles.
Vivimos tiempos difíciles para la verdad. No existe una interpretación monolítica o absoluta del cristianismo, pero no todo es verdad. La verdad cristiana reside en los textos sagrados, en la tradición y en el magisterio de los Padres, y no en la voluntad arbitraria de nadie ni en la búsqueda de la complacencia de las mayorías. El profeta no halaga al pueblo, sino que lo reprende y corrige, es la voz del que clama en el desierto.