Marisa Paredes
La insigne actriz de «La tía de Carlos en minifalda» se ofende con Ayuso
A Marisa Paredes no le gusta Isabel Díaz Ayuso, lo cual es tan legítimo como minoritario en Madrid, donde cuenta la leyenda que hay más gente dispuesta a votarla a ella que a ver alguna película vieja de la vieja actriz.
Esa evidencia empírica no fue suficiente para que la abuela Almodóvar se contuviera al enterarse de la presencia de la presidenta madrileña en el velatorio de Concha Velasco, al que acudió a presentarle sus respetos.
«¿Qué hace aquí? ¡Fuera!», clamó doña Marisa antes de proseguir con sus recuerdos de doña Concha, a quien quería mucho pero no lo suficiente, al parecer, para tratarla un poco, preocuparse por ella y darle algo de calor desde la ceremonia de los Goya de 2019, última vez de la que existe constancia de verlas juntas, según los entendidos.
De Ayuso sí se ha difundido ahora una fotografía reciente con Concha Velasco en el ocaso de su vida, en una visita tal vez a su residencia, sin que dé la sensación de que una haga un posado y la otra esté perdida o molesta: el calor humano, cuando se apagan las brasas de la vida, siempre retrasa un poco los fríos de la muerte.
La intransigencia de Paredes, que ya dio lecciones al respecto cuando presidió la Academia del Cine y logró que media España se sintiera insultada por un sector que todos deberíamos adorar, entender y apoyar porque ayuda a explicarnos como pocas cosas, no es un hecho aislado.
Es la misma de Sánchez cuando, para tapar su bajada a las fosas sépticas de Otegi y Puigdemont, levantó un muro para confinar detrás a los millones de ciudadanos espeluznados por su infamia, coronada este fin de semana en Suiza.
Allí se han visto a escondidas sendas delegaciones del PSOE y Junts, con un mediador experto en Colombia y El Salvador, lo que transforma el golpe de Estado amnistiado, de repente, en una guerra civil entre dos bandos de idéntica legitimidad y fortaleza.
Hemos pasado, en unos meses, de ver al Tribunal Supremo sofocar un alzamiento infame de la Generalitat a soportar a un presidente que, para serlo, acepta someter a España a una especie de juicios de Nuremberg: Puigdemont huyó en un maletero, perseguido por la democracia; y ahora hace viajar a Sánchez al extranjero, en vuelos furtivos, a besarle su anillo de Padrino.
Nada de eso irrita tanto a Marisa Paredes como ver a Ayuso mostrando su reconocimiento a un icono de una España más razonable, en la que todos trabajábamos, votábamos y discutíamos sin tener la sensación de que, pese a las diferencias, había una inmensa trinchera cavada para dividir las filas propias y poder rendirse ante el enemigo, que es lo que hace Sánchez.
Marisa es un producto del sanchismo, que insulta al adversario para animalizarlo, esconder con ello su complicidad con los verdaderos animales y agradar al poder, como siempre hizo.
Porque esta partisana de salón no tuvo reparo alguno en trabajar intensamente en el cine franquista, con intervenciones reiteradas en películas que sorprendentemente no obtuvieron grandes aplausos en Cannes.
«Los económicamente débiles», «Carola de día, Carola de noche» o mi preferida, «La tía de Carlos en minifalda», tuvieron el honor de contar con Marisa en el reparto, sin que conste objeción al respecto: había que ganarse la vida y ella se la ganó como pudo, al igual que tantos actores maravillosos de la época a los que solo los tontos juzgan.
Quizá Paredes sea, al fin, uno de ellos, de los tontos: cualquier día nos sorprende vejando a una joven actriz colaboracionista por haber participado en «El señorito y las seductoras», allá por 1969, sin percatarse de que no era Ayuso, sino ella.