Cinismo
Que uno de los partidos más sectarios de Europa compadree con el número dos del PSOE para coartar los derechos fundamentales de todos los españoles, a los que quiere poner el cartel de extranjeros en su propia tierra, ¿si no es racismo, qué es?
No cabe la menor duda de que Pedro Sánchez está en campaña. Le dio buen resultado en julio y, últimamente, no hay semana en la que no conceda una entrevista. Por supuesto, en ecosistemas con línea editorial común a sus necesidades, lejos de aquellos que puedan poner en cuarentena sus cambios de opinión. La última que ha concedido, a la cadena norteamericana CNBC –referente en los mercados, con permiso de Bloomberg–, es digna de un estudio en profundidad.
Les ha dicho nuestro presidente a los colegas de Wall Street que el futuro de Europa pasa por el entendimiento entre la familia del Partido Popular, los liberales y la socialdemocracia. Lástima que nuestros compañeros no tuvieran a mano un periódico de hace un par de meses para poder preguntarle si esa disposición a dialogar pasa por derribar el muro que decidió levantar Zapatero con el Pacto del Tinell y él ha hecho suyo, en sede parlamentaria, en el transcurso del debate de investidura. Sin embargo, el colmo del cinismo lo alcanza cuando se lanza a alertar de los riesgos existenciales que, para Europa, encarna la ultraderecha.
El presidente advierte con honda preocupación del sinfín de desgracias que encarnan las políticas extremas y alerta de la amenaza de contaminación que se cierne sobre la derecha tradicional si muestra una mera tentación de pactar con ellos. Lo que provoca sorpresa, aunque, a estas alturas, estemos ya curados de espanto, es que, al mismo tiempo que Pedro Sánchez se despachaba a gusto contra los de Vox y compañía, en España, Santos Cerdán, en representación de su partido, se sentaba en el Congreso con el portavoz del partido que mantiene en sus filas a la alcaldesa de Ripoll, esa mujer que niega el pan y la sal a los migrantes que viven en su pueblo. Y no sabemos lo que han negociado, porque la luz y taquígrafos que Sánchez e Iglesias exigían con vehemencia cuando estaban en la oposición a Rajoy han pasado a mejor vida, pero nos atrevemos a aventurar que, además de las enmiendas ad hominem para imputados por terrorismo, sedición, malversación y chanchullos y corrupciones varias en Cataluña, estaba también sobre la mesa la cesión de las competencias en inmigración.
Que uno de los partidos más sectarios de Europa compadree con el número dos del PSOE para coartar los derechos fundamentales de todos los españoles, a los que quiere poner el cartel de extranjeros en su propia tierra, ¿si no es racismo, qué es? Pero es que, además, por aquello de que los extremos se tocan, el partido de Pedro Sánchez es el socio de Bildu, ese partido –por llamarle de algún modo– que todavía no ha condenado expresamente todos y cada uno de los chantajes, secuestros, intimidaciones y asesinatos de una banda terrorista que medía a sus enemigos, además de por su filiación política, por el RH sanguíneo.
Menudencias, al parecer, para un Pedro Sánchez que, con su mejor inglés, pasea el palmito por Davos. No sólo se juega la reválida del 23J en las próximas elecciones al Parlamento europeo, también su futuro profesional una vez abandone la Moncloa. El PNV, que es quien pone y quita presidentes, ya ha puesto fecha al término de la legislatura: si los presupuestos salen adelante, que es algo que está por ver hasta en Vitoria, tiene un horizonte de dos años como máximo.