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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Esto no estaba en los planes

Las extraordinarias muestras de piedad popular en Semana Santa derrotan cada año al intenso ejercicio de ingeniería social para intentar descristianizar España

Actualizada 13:45

Ni siquiera la lluvia de un temporal traicionero va a frenar las sobrecogedoras y multitudinarias muestras de piedad popular que concita cada año la Semana Santa en todos los rincones de España. Y esto no estaba en los planes del poder que suele mandar por aquí.

Jesucristo carga con el pecado del mundo soportando los mayores suplicios imaginables y nos libera de él. Una acción tan extraordinaria y trascendente que no existe ejercicio de ingeniería social laicista que pueda borrarla de la memoria colectiva, porque es el único acto que en realidad puede aportar una verdad y una esperanza con mayúsculas, la de Dios. Y la gente lo sabe. Nunca lo ha olvidado.

Lo saben los que oran en las iglesias, y los cofrades sofocados que cargan los maravillosos pasos escultóricos, y los que asisten emocionados a las procesiones, y los que rezan en privado, y los que escuchan las pasiones de Bach, o una misa de Tomás Luis de Victoria, y los que releen en los Evangelios el detallado, emotivo y siempre doloroso relato de la pasión, con el juicio a Cristo ante el farisaico sanedrín; la grimosa faena de político de Pilatos –que no se atreve a salvar al justo, no vaya a ser–; la flagelación brutal del código romano; las burlas, la salvajada de la crucifixión entre nuevas vejaciones, con las ropas de Dios sorteadas entre los soldados; la insoportable agonía, y la muerte en la Cruz para que puedan limpiarse nuestras pequeñas almas manchadas.

A la izquierda española nunca le ha gustado la fe católica. No es una opinión, es un hecho rubricado de la manera más amarga. En los años treinta organizó la mayor persecución religiosa del siglo XX europeo, con quemas de iglesias y conventos y asesinatos masivos de mártires (unos siete mil religiosos de toda condición exterminados, cifra que algunos elevan a diez mil, amén de los seglares a los que mataron por razón de su fe).

A finales del siglo XX y comienzos del XXI, el PSOE se convierte en el partido que pasa más tiempo en el poder. Y a esta izquierda sigue sin agradarle el cristianismo y los cristianos. Ahora la persecución a los católicos españoles ya no es violenta, se ha tornado sutil, aunque igualmente tenaz. La batalla sigue ahí, con un trato displicente hacia el catolicismo y sus festividades (que a veces contrasta con las efusivas reverencias del poder socialista cuando llega el ramadán), o exacerbando todos los problemas que puedan rodear a la Iglesia, o poniendo chinitas a la enseñanza católica y mirándola con sospecha, o convirtiendo la fe en diana de las sátiras más facilonas y a veces más cutres, o imponiendo un muro de amnesia sobre todo lo que recuerde que Jesús vive.

Pero el núcleo de la batalla de la izquierda gobernante, sus medios, artistas e intelectuales contra el catolicismo es mucho más profundo: buscan un cambio de paradigma. El intensísimo ejercicio de ingeniería social que hemos vivido y seguimos viviendo en España tiene una meta clara. Lo realmente importante es intentar sustituir el esquema de valores de nuestra tradición cristiana por uno nuevo. El mensaje de amor, caridad y perdón de Jesucristo y el culto a Él deben ser suplidos por el «progresismo» obligatorio. Hay que dejar de someterse a Dios y sus mandatos. Lo que se nos ofrece a cambio es el supremo egotismo de un inmenso Yo, el relativismo moral –o más bien amoral–, la sustitución del aprecio por la vida por una extraña y deprimente subcultura de la muerte, apellidada ahora «derechos»; o la ideación de nuevas seudoreligiones, como la del clima, o las que emanan de una aproximación un tanto histérica a los problemas, a veces ciertos, de algunas minorías. Todo ello alquilando nuestra libertad a un Estado benefactor que todo lo manda y todo lo sabe.

La presión contra la visión cristiana no solo llega del poder político. También se inculca con la forma de ver la vida que emana de las plataformas y sus series, o del pensamiento que destilan las multinacionales digitales monopolísticas. Pero al omnímodo programador «progresista» le está costando formatear a los españoles a su antojo. Pueblo viejo y que ha visto mucho y de todo, no acaban de renunciar a lo mejor que tienen, por mucha matraca orwelliana a la que los sometan. Por eso, con lluvia o sin lluvia, la Cruz está como cada año en las calles, los corazones y las cabezas.

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