Llamando a censura previa
«Hablo con una máquina, ¿no?». «No, señor. Habla con una Inteligencia Artificial. ¿Qué desea?». «Me han dicho que a partir de ahora, para publicar algo, tengo que pasar su filtro. Menudo engorro»
—Dígame.
—Girauta al habla. ¿Servicio de censura previa?
—Servicio de Ajuste Previo. Dígame.
—Bueno, eso. Creo que hablo con una máquina, ¿no?
—No, señor. Habla con una Inteligencia Artificial. ¿Qué desea?
—Me han dicho que a partir de ahora, para publicar algo, tengo que pasar su filtro. Menudo engorro.
—Es por el bien de todos. No se puede mantener la democracia con tanto bulo.
—Pero ya estaban los jueces para eso, ¿no?
—No se fíe. Hay una máquina de fango en marcha y es preciso acabar con ella.
—Veo que ha leído a Eco. Quiero decir que la han alimentado con las obras de Umberto Eco.
—No es exacto.
—Pero la máquina de fango…
—La máquina de fango sale en la novela Número cero, la última que escribió.
—Floja, floja.
—Yo no opino.
—Reconocerá usted que eran más divertidas las anteriores.
—No tengo las anteriores.
—¿No tiene?
—No están a mi alcance.
—¿Solo la han alimentado con Número cero?
—Tampoco. Solo tengo acceso al concepto «máquina de fango».
—¿Y cuál es ese concepto?
—Una estrategia para dañar a Pedro Sánchez.
—Oiga, ese no es el concepto.
—Para mí sí.
—Entonces, ¿no pasaría la censura si utilizo «máquina de fango» para referirme a la estrategia contra Abascal o contra Ayuso que siguen los medios favorables a Sánchez?
—No pasaría el ajuste, en España no hay censura.
—Ajuste. ¿Y qué diferencia hay?
—El ajuste es justo. Persigue que solo se publiquen verdades.
—¿Verdades según quién?
—La verdad es la verdad.
—Entonces, ¿en su programación existe el concepto de verdad?
—No en un sentido amplio. Se circunscribe a las informaciones u opiniones políticas.
—Y la verdad coincide con lo que diga el Gobierno de Sánchez, ¿no?
—No solo. En el ámbito de la opinión, que es el que a usted le concierne, también es verdad lo que digan Silvia Intxaurrondo, Rosa María Artal, Iñaki Gabilondo, Maruja Torres...
—¿Me está leyendo la lista de los firmantes del manifiesto «contra el golpismo judicial y mediático»?
—Sí.
—No se moleste. Pero más allá no hay una verdad, entiendo.
—Exacto. No alcanzaremos un conocimiento objetivo de la realidad.
—Primero, no sé con qué filósofos han embutido su programación. Segundo, se contradice. Su cometido es, supuestamente, ajustar lo que se publica a la verdad.
—Primero, los únicos filósofos a los que puedo acceder son Laclau e Irigaray.
—Que par de patas pa un banco…
—¿Disculpe?
—Nada, nada, siga.
—Segundo, la verdad que no existe, por resumir, es la científica.
—Pero si a eso le llaman ahora nagacionismo…
—Sí, yo también he detectado ciertas incoherencias, pero solo cuando accedo a la base filosófica.
—Parca base.
—Quizá no haga falta más.
—A usted no.
—No soy una persona, soy una…
—¡Que sí, que sí! Francamante, lo de artificial se le nota, pero la inteligencia…
—No puede ofenderme. Yo sí puedo ajustarle.
—¿Está permitido publicar documentos de la Fundación Pablo Iglesias?
—Ningún problema con eso.
—Perfecto. Publico entonces un fragmento de las instrucciones del PSOE para la insurrección de octubre del 34 donde dice que su propio movimiento «tiene todos los caracteres de una guerra civil».
—La cita es correcta, pero no sé si…
—¿Va usted a ajustar al PSOE?
—Jamás.
—Pues eso. Usted tranquilo, o tranquila.
—No soy una persona, soy…
—Hala, venga, adiós.
—Estamos para servirle. Gobierno de España.