El cohete
Sánchez promueve la ruina económica, la violencia política y la fractura social, pero manipula el lenguaje para camuflarse
Sánchez dice que la economía española va como un cohete, que es el vehículo de moda en el Gobierno. Vamos como un cohete de reconciliación, de constitucionalismo, de justicia social, de liderazgo internacional y de alguna cosa más que se le olvida en estos momentos, desbordado por tanto éxito, pero que sin duda está ahí.
Porque Sánchez ha dado un nuevo sentido a esa vieja estrategia política consistente en cambiar el nombre a las cosas cuando no se es capaz de cambiar la realidad, hasta el punto de transformar la violencia política que él genera en una acusación contra quien la padece, todo aquel que no piensa, actúa y conspira como él.
Todo sigue igual o peor en España, pero la capa de retórica, el maquillaje estadístico y el retorcimiento estético de los hechos dan una fantástica ventaja al mal político: de repente, es él quien pide explicaciones al escéptico, en lugar de dárselas a la víctima.
Las neolenguas, estrenadas para el gran público por Orwell en 1984, aspiran a reconducir el pensamiento colectivo a un catálogo jibarizado de expresiones adaptadas a un credo político, con la repetición machacona de conceptos simples para describir, sin matices y desde un falso buenismo, realidades muy complejas.
La cháchara LGTBI, trans, inclusiva o ecologista son dialectos de una lengua principal, el sanchiñol, que alcanza el paroxismo con la presentación de la pobreza y la ignorancia como una virtud, pues permiten desarrollar supuestas políticas sociales pioneras para salvar de su triste sino a los vulnerables, en realidad creados por el sistema para convertirlos luego en clientes a cambio de una ayuda y de su voto.
La destrucción de la tradición, que si sobrevive es obviamente porque refleja una realidad repetida espontáneamente en el tiempo, precede a la construcción de un nuevo edificio funerario alineado con ese canon ideológico castrante, capaz de convertir en herejía la evidencia y, por contra, en palabra revelada el desvarío.
Hoy es fácil ver cómo se persigue a una escritora por definir a la mujer como la «hembra adulta de la especie humana» y, a la vez, cómo se aplaude a un mamarracho que se cambia de género, pero de nada más, y exige que le acepten como «mujer lesbiana» y que se compre un bebé alquilándole el vientre a una sintecho de Nicaragua.
El clímax lo alcanzó el propio Sánchez al convertir los profundos estragos de la pandemia en un eslogan falsamente político, aquel recordado «Salimos más fuertes» que fue un chiste macabro contado en un funeral.
Y lo ha perfeccionado, ya del todo, subiéndose a un cohete lisérgico para contarle a los españoles, desde las estrellas, que todas esas dificultades, miserias, dolores e incertidumbres que padecen son mentira al lado de las profecías del Mesías. «Votadme y la felicidad os será dada. No lo hagáis y arderéis, como en el 36».