La invasión de los idiotas
El fin de una era parece más cercano, y los tontos trabajan sin respiro por acelerarlo
La ONU, que cada día es más un chiringuito costoso y perverso donde abrevan los Pedro Sánchez del pasado para seguir viviendo del cuento, acaba de reconocer que las cifras ofrecidas sobre la guerra de Gaza proceden de Hamás, como algunos venimos denunciando desde el principio del triste conflicto.
Lo ha hecho a regañadientes, por la insistencia de un periodista decente que, en lugar de a la propaganda ideológica, se dedica a la información. El portavoz en cuestión, que debe ser una Leire Pajín o una Michelle Bachelet con idiomas o similar, lo confesó entre excusas y balbuceos, para mostrar a continuación un propósito de enmienda.
En adelante, dijo, los datos que difundirán serán en exclusiva los del Ministerio de Sanidad de Gaza. Es decir, de nuevo los de Hamás: es como decir que en el futuro, en España, los sondeos electorales no los hará públicos José Félix Tezanos, aspirante a acabar en la ONU, sino el CIS.
Con esas cifras servidas por un grupo terrorista para todo el orbe civilizado, en el que no figura por cierto el presidente de Turquía que califica a Hamás de «movimiento» y presume de atender en sus hospitales a un millar de yihadistas; toda la izquierda española y todo el periodismo que se ubica en el mismo epígrafe lleva semanas acusando a Israel de perpetrar un «genocidio» e intentando que organismos tan devaluados como Naciones Unidas lo consideren igual.
Nadie puede negar que en una guerra sufre la población civil, ni no sobrecogerse ante las imágenes de niños muertos bajo las bombas, ni dejar de desear que Israel encuentre la manera de acabar con los terroristas sin llevarse por delante a los escudos humanos que ellos, los de Hamás, utilizan para protegerse y atacar.
Pero algo serio nos pasa para que la vara de medir moral la pongan tipas como Mertxe Aizpurúa, portavoz de Bildu, portadista de Egin y biógrafa de los principales jefes de ETA. Ella fue la primera, probablemente, en utilizar la expresión «genocidio» para referirse a Israel hace ya unos meses, sin que le temblaran las pestañas y nadie le recordara la incompatibilidad entre denunciar la prostitución y vestir los tacones más altos.
El pasado fin de semana los ciudadanos europeos respondieron a la ONU, a Sánchez, a la selección continental de Opinión Sincronizada y a toda la izquierda sorprendentemente comprensiva con el yihadismo con un apoyo masivo a Israel en Eurovisión.
España, Francia, Italia, Reino Unido o Alemania, entre tantos otros, replicaron con su simple televoto a tanto tonto campista, microfonado, empoderado y militante que sigue creyendo que el problema del mundo es el 0.4 % de la superficie de Oriente Medio que reconoce al 99.6 % y solo aspira a vivir en paz, y no ese 99.6 % que quiere eliminar al 0.4 % y ya puestos, si les dejan, a todo el «Occidente inmoral».
El fin de una era, escrito por Jacques Barzum en un memorable ensayo hace un par de décadas y aún vigente, puede ser tranquilo y prologar algo mejor o tétrico y anticipar un caos sin precedentes.
Y viendo la de indigentes mentales que comparan a Israel con Rusia; que consideran a Hamás una fuente fiable; que pasean a portavoces no binarios y transgénero defendiendo con grititos a quienes les colgarían de un árbol o se sienten próximos a políticos que se reían de Ortega Lara y Miguel Ángel Blanco, el dilema queda resuelto: cuando desaparezcamos, lo último que veremos será a un tipo con un machete entre los dientes, y no será para pelar una manzana.