Israel genocida
Ya tenemos «campus party» y festival político para ayudar a Hamás a que nos mate a todos
Anda la perroflautez compungida y acampando en los campus universitarios, con las mismas tiendas de campaña y modos desplegados en acontecimientos tan heroicos como las raves nudistas en Almería, los festivales de reggaetón en Murcia o, lo mejor de todo, las orgías sexuales multitudinarias en Albacete, todo ello convocado y celebrado en pos de un mundo mejor.
La nueva actividad del heroico ciclo tiene, a diferencia de las demás, un respaldo político de primera línea que le da fuste y prestigio: los rectores españoles, que son una pequeña secta con birrete y han hecho de la vagancia y la incompetencia un arte, se han sumado a la party anunciando la ruptura de relaciones con sus homólogas israelíes.
El ministro de Consumo, un tal Bustinduy con cara de becario en una clínica veterinaria, ha exigido por carta a las empresas españolas que no trabajen con, en o para Israel para dejar de financiar el «genocidio». Su homóloga en la cartera de Soflamas Bonitas, Sira Rego, ha añadido a la causa el lema «desde el río hasta el mar», utilizado por el integrismo para reclamar una Palestina que borre del mapa a Israel.
Y Yolanda Díaz y Pedro Sánchez, los Batman y Robin de la resistencia antisemita, compiten abiertamente por ver quién se apunta antes el reconocimiento del Estado palestino, con los sindicatos, la Selección Nacional de Opinión Sincronizada y los subalternos de Bildu, Compromís y demás hierbas del jardín de las delicias haciendo los coros a los Nebulossa de la Moncloa.
Nada que ver con la respuesta social, política o mediática a la entrega del Sáhara a Mohamed VI, que ha puesto a España y a los pobres saharauis mirando a La Meca por extraña concesión personalísima de Sánchez, unas semanas después de que fuera espiado con Pegasus, sin que conste réplica alguna de quienes cinco minutos antes hablaban como militantes del Frente Polisario.
La parte consoladora del asunto es que la persecución a Israel no es un fenómeno estrictamente nacional: los Idiotas Sin Fronteras proliferan por el mundo, y no hay universidad o plaza internacional donde no hayan germinado, en grupos pequeños y escasamente representativos de sus sociedades de origen pero suficientemente ruidosos como para parecer la vara de medir de todo Occidente.
Tanto como para que el mismísimo Joe Biden se comporte como una vieja asustada y los días pares refuerce su alianza con Israel y los impares se ponga a regañarle, a ver si le invitan por la noche al botellón solidario.
A nadie con un mínimo de sensibilidad puede serle indiferente la guerra en Gaza donde, sin necesidad de comprar y difundir los datos macabros de la ONU, que son los de Hamás sin corrección alguna, hay muerte diaria, éxodo, hambre, sangre, sudor y lágrimas.
Pero a nadie con un mínimo de cerebro puede escapársele que esto comenzó con el salvaje ataque integrista a Israel, con violaciones, ejecuciones y descuartizamientos. Y que seguiría, si pudieran, con ataques similares para acabar con ese «Occidente inmoral», según las palabras literales del líder iraní en un reciente encuentro en Teherán con el jefe de Hamás.
No tienen que contárnoslo: lo hemos visto en Madrid, en Barcelona, en Marsella, en Londres, en París, en Bruselas y en cualquiera de los lugares del planeta donde alguien inspirado en Al Qaeda, Hamás, Hizbulá, el ISIS o cualquiera de las marcas del horror ha podido detonar una bomba, decapitar una cabeza o provocar un atropello masivo.
Reconocer a Palestina no es el problema. Lo es que el universo fundamentalista reconozca a Israel y a la civilización de la que es embajada y primera línea de fuego en aquel infierno. Y serlo claro que provoca espanto, como en todas las guerras, pero frena el horror masivo que sus enemigos provocarían en los países, ciudades y barrios de los compungidos aliados occidentales de Hamás, entre ellos esos grupos LGTBI que allí sería colgados de una grúa y esas «feministas» que vivirían escondidas tras un burka obligatorio.
Cómo liberar a los musulmanes de las tiranías que nos atacan sin dañar a la población civil merecería un concurso de ideas que no cambiara el objetivo. Porque la otra opción es dejarles que ganen a todos esos tipos que utilizan de escudo humano a la población civil y hacen lo imposible por impedirles salir del escenario bélico o no dejarles entrar a esos «países hermanos» que casi están poniendo concertinas para evitar que pase uno.
No estar al lado de Israel es no estarlo con Europa, con Estados Unidos, con la civilización judeocristiana y grecolatina, con el espacio de mayor cultura, derechos y libertades que nunca alumbró la humanidad. Es como quejarse de Hitler y poner luego a parir el desembarco de Normandía.