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28 de septiembre de 2024

El observadorFlorentino Portero

El incierto futuro de Gaza

El ataque terrorista de Hamás del 7 de octubre pretendía provocar una respuesta contundente de Israel, que convertiría a los dos millones largos de gazatíes en escudos humanos y movilizaría a la población árabe contra sus gobiernos y a los gobiernos occidentales contra Israel

Actualizada 01:30

El ataque terrorista que Hamás ejecutó en Israel aquella mañana fatídica del 7 de octubre de 2023 tenía dos objetivos evidentes. El primero era asegurar una respuesta contundente de Israel, que convertiría a los dos millones largos de gazatíes en escudos humanos, cuyo sufrimiento movilizaría a la población árabe contra sus gobiernos y a los gobiernos occidentales contra Israel. El segundo era dejar claro a la sociedad israelí que nunca, nunca, disfrutarían de paz y de seguridad. De ahí la sádica recreación en filmar ejecuciones, violaciones, la quema de seres vivos… Aquello no fue un espontáneo brote de inhumanidad sino, bien al contrario, un espectáculo diseñado y programado con mucha antelación.

Si el primer objetivo nos ayuda a entender el cómo y el porqué de la guerra, el segundo es clave para comprender el intenso debate que desde hace meses se desarrolla tanto en el plano diplomático como en el político. No podemos dejar de reconocer el formidable esfuerzo que la diplomacia norteamericana viene realizando para concertar una posición entre árabes e israelíes sobre cómo gestionar el día después del fin de la campaña militar ¿Quién gobernará Gaza? ¿Quién se hará cargo de su seguridad? ¿Cómo se arbitrará su reconstrucción?

Los norteamericanos tratan de retirarse de teatros de operaciones no esenciales para su seguridad y entienden que la entrada de sus tropas en la Franja alimentaría las corrientes anticolonialistas y antioccidentales, tan importantes en la región, haciendo, por lo tanto, el juego a Irán y a sus socios islamistas. Las potencias árabes saben que los que lleguen tendrán que vérselas con los restos de Hamás y para nada quieren enfrentarse a ellos, pues serían señalados como socios de Israel, dispuestos a acabar el trabajo emprendido con la invasión.

Los israelíes tienen muy presentes el debate del año 2004. Tras el fallido acuerdo en Camp David en el año 2000, cuando Arafat rechazó en el último momento el plan diseñado por la Administración Clinton y negociado con ambas partes, Israel se encontró en un callejón sin salida. El proceso iniciado en Madrid y consolidado en Oslo estaba muerto. No había acuerdo para crear un Estado palestino junto a Israel, lo que condenaba a este país a convivir con unos cinco millones de palestinos sin nacionalidad. Para que Israel sea viable necesita la separación o el realojamiento de esa población. Lo segundo es imposible y lo primero parecía irrealizable. Ariel Sharon, en esos días primer ministro, optó por la separación unilateral. Sin acuerdo Israel abandonaría los territorios previamente asignados a la Autoridad Palestina, comenzando por Gaza. El debate fue intenso y concluyó con Sharon fuera de su partido, el nacionalista y conservador Likud, y con la entrega de Gaza, desalojada de colonos y destacamentos militares, a la Autoridad Palestina. Un año después, Hamás había liquidado por la fuerza la presencia de la Autoridad en la Franja, constituyéndose el Hamastán, exactamente lo que Netanyahu había pronosticado.

El gobierno de guerra se ha mantenido unido en lo referente a la gestión de la operación militar. No se han movido un centímetro de los objetivos originales y su ejecución está siendo extremadamente profesional. Sin embargo, el desacuerdo es manifiesto sobre qué hacer el día después. Mientras Gantz, antiguo jefe del Estado Mayor y ministro de Defensa y hoy líder de la oposición, considera que es momento de negociar, posición que parece contar con gran respaldo en las Fuerzas Armadas y en la oposición, Netanyahu se niega a abrir ese dossier. De fondo, y esto es algo que a nadie se le escapa en la región, está el debate de 2004 y el funesto resultado de aquella retirada, con la toma del poder por parte de Hamás ¿Estarían dispuestos a cometer el mismo error que entonces? ¿Hay alguna alternativa? ¿Sería aceptable una ocupación israelí? ¿Quién y cómo gestionaría la reconstrucción en esas circunstancias?

El atentado estaba pensado para llevar a dos situaciones posibles. En el primer caso, Israel podría renunciar a decapitar a Hamás a cambio de los rehenes, lo que supondría la victoria de los islamistas. En el segundo, Israel lograría liquidar a sus líderes y a buena parte de sus cuadros, pero se encontraría atrapado en la actual encrucijada, que de nuevo les dividiría, dificultaría sus relaciones con sus socios árabes y podría dañar considerablemente su vínculo con Estados Unidos.

Al cegar los palestinos la vía hacia los dos estados, presentándose además como víctimas, encierran a Israel en un callejón de muy difícil salida. Veremos cómo se resuelve en esta ocasión.

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