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02 de julio de 2024

Desde la almenaAna Samboal

Al servicio de la presidenta

Sánchez pudo conmocionar al país con su primera carta, pero la segunda se ha recibido con jolgorio

Actualizada 01:30

¿Qué le deben las grandes multinacionales a Pedro Sánchez? Yolanda Díaz les criminaliza a la menor oportunidad, María Jesús Montero les impone nuevos impuestos a poco que ve un resquicio y, sin embargo, sus primeros ejecutivos corren raudos a adornar al presidente en cada inicio de curso político, se atropellan a la hora de publicar comunicados criminalizando las declaraciones de Milei y pasan por caja para financiar cursos, cursillos, softwares, becas y lo que se tercie para que Begoña Gómez desarrolle su carrera profesional. ¿Qué le deben?

Las empresas podrán callar ante sus accionistas si ellos consienten, pero Gómez y tal vez Sánchez, les guste o no, tendrán que explicar sus actuaciones. ¿Quién solicitó la cátedra en la Universidad Complutense? ¿Con qué avales, más allá del patrocino? Resulta cuanto menos llamativo que, de las doce cátedras que tiene la mayor universidad española, con más de setenta mil alumnos, una recaiga en una mujer que, obviamente, sabe mucho de recaudar fondos, pero no ostenta título académico que lo acredite.

Decía Jaume Matas que, si te llama el yerno del Rey –refiriéndose a Urdangarín– le recibes. Un comentario que puede hacerse extensible a la mujer del presidente del Gobierno. Con una diferencia que no es baladí: en la Casa Real pueden invitarte a una recepción o a una cena, pero en la Moncloa se fijan tarifas, se decretan impuestos, se hacen leyes y se reparten jugosas inversiones y subvenciones. A ver quién es el guapo que no se pone al teléfono si te llama la mujer del presidente.

Lo demás es hojarasca. Sánchez pudo conmocionar al país con su primera carta, pero la segunda se ha recibido con jolgorio. Quejarse a estas alturas de que el juez le ha roto la campaña por citar a declarar a su mujer, cuando lleva días esperando a publicar la ley de amnistía para evitar la posibilidad de que Puigdemont se plante en la frontera a reclamar su escaño en el parlamento catalán, suena a broma pesada. Evocar una presunta discriminación o lawfare, cuando mantuvo oculto su pacto con Bildu en Pamplona para evitar que le pasara factura el 23-J, es un monumento a la impostura.

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