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Enrique García-Máiquez

Jornada de inflexión

La política europea se desplaza a velocidad de crucero a la derecha, tanto en siglas como en ideas como en políticas prácticas. De estas elecciones, por ejemplo, la Agenda 2030 saldrá muy malparada

Actualizada 00:45

Con la reflexión de la jornada de reflexión me basta para escribir este artículo. Publicando los lunes en El Debate, he pasado ya varias noches de recuento electoral de infarto para ajustar hasta última hora mi columna a los resultados. Hoy voy a puntear el conteo, porque las dos cosas importantes, una segura y otra probable, están ya claras.

En general, en Europa se va a producir un significativo aumento de los partidos de derecha (o sea, los que están a la derecha del Grupo Popular). Esto forma parte del movimiento dextrógiro que se impone de un tiempo a esta parte y que el profesor Domingo González explica tan bien. La política europea se desplaza a velocidad de crucero a la derecha, tanto en siglas como en ideas como en políticas prácticas. De estas elecciones, por ejemplo, la Agenda 2030 saldrá muy malparada. Ha quedado claro que no tiene tirón electoral, salvo el tirarla. Incluso sus acérrimos defensores la han escondido durante la campaña.

Eso es seguro, pero más gordo es lo probable. Tras el recuento, la auténtica inflexión puede venir en esta jornada o en las siguientes semanas si el Grupo Popular o demócrata-cristiano se decide (obligado por los números) a pactar con la derecha de Conservadores y Reformistas y de Identidad y Democracia. Esto tendría una importancia difícil de exagerar.

Los populares han funcionado históricamente como latas de conserva. Tenía razón Chesterton al criticar al mal llamado Partido Conservador inglés este hábito: «Los conservadores modernos tienen la monomanía de defender sólo situaciones que no han tenido la emoción de crear. Los revolucionarios hicieron la reforma, los conservadores solo conservan la reforma. Nunca reforman la reforma, que a veces es lo que más se necesita». Otra andanada chestertoniana: «El mundo moderno se ha dividido a sí mismo en conservadores y en progresistas. La ocupación de los progresistas consiste en seguir cometiendo errores. La ocupación de los conservadores consiste en impedir que los errores se corrijan». Chesterton, arrastrado por el nombre del partido inglés, llama «conservadores modernos» a lo que define con más precisión terminológica Elio Gallego como «el partido moderado», que, en efecto, tiene el hábito secular de dar certificado de admisión a todo aquello con lo que se enfrentó antes.

No ha sido sólo el pensamiento progresista, que es el que ahora han abrazado los populares. Fue, primero, la revolución, luego, la democracia, luego, el liberalismo, después, la socialdemocracia, más tarde, los nacionalismos y, ahora, lo woke y su agenda. No es, por tanto, por las ideas, que los moderados apenas las tienen, sino por la querencia al acomodo. Aunque hay que reconocerles que en eso son extraordinariamente buenos. Nadie da mejor el certificado de validez a las ideas ajenas a las que se rinden.

Conociendo esta evolución, ponderemos lo que significaría que el volantazo dextrógiro que estamos viviendo obligase a Von der Leyen o sustituto a pactar con los partidos de derecha. Implicaría su especialidad: una paulatina e inexorable aceptación de sus ideas y soluciones.

Una vez que asumimos la trascendencia latente que tendría esa cada vez más probable jornada de inflexión se entiende mejor la resistencia de un Feijóo o de un Sémper a tratar con igualdad a Vox. Saben que sería como si cayese una presa –llamada «línea roja»– y que las aguas empezasen, aunque tímidas y atemperadas, a fluir. Demasiado cambio para quien ha hecho de la defensa de cualquier status quo su manera de entender la política. Pero los problemas europeos empujan a los votantes a unas políticas que los encaren y los números resultantes empiezan a inclinar la balanza. Ursula von der Leyen –como buena «moderada»– sólo es fiel al fiel de esa balanza del poder. Y cuando cambien los pesos relativos, cambiará absolutamente todo. La jornada de inflexión o ya ha llegado o está al llegar.

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