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Desde la almenaAna Samboal

La muleta de la extrema derecha

El culmen de su fracaso quedará acreditado el día en que Puigdemont se presente a la investidura para ser presidente de Cataluña. Y ese día la cantinela del miedo a la extrema derecha, si es que todavía resiste, a nuestro pesar, se desmoronará

Actualizada 01:30

Cada vez que Pedro Sánchez y el coro de ministros que repite como papagayos cada una de sus invectivas pone rictus de alarmado y alerta acerca de la extrema o extremas derechas, en mi cerebro se activa automáticamente un mecanismo que me desconecta de la conversación. ¡Qué cansinos! Es obvio que el lema les resulta útil para movilizar a sus votantes, pero ya resulta agotador. Si entra en sus cálculos convocar elecciones a corto plazo, puede entenderse que siga erre que erre con un supuesto problema que, al menos, en España, no es tal. Pero si, como ha anunciado en el Congreso, la legislatura se prolonga hasta 2027, ¿a qué viene tanta grandilocuencia?

Al presidente y sus corifeos les preocupan los insultos y amenazas contra los jueces. Bienvenidos sean al club de la sensatez democrática. Los que nos hemos mantenido en el marco de la Constitución, venimos llamando la atención, desde hace años, acerca de los riesgos que conlleva tener un vicepresidente en el Gobierno llamado Pablo Iglesias que llama a rodear y asaltar el Congreso, contar con socios que acusan a los togados de prevaricar usando el eufemismo del 'lawfare' nacido en el seno del siniestro Grupo de Puebla o depender del pulgar caprichoso de un tipo xenófobo, declarado en busca y captura por sedición, malversación o terrorismo. ¿Prescindirá Pedro Sánchez de sus votos, por los peligros que su actuación encierra? No. Ergo, no le preocupan en absoluto los extremos radicales. Es más, si se tercia y le resulta conveniente, colabora gustoso con ellos. Lo único que Sánchez necesita es un antagonista para mantenerse en el poder.

Si se entretiene en lanzar alertas antifascistas, no le queda tiempo para explicar por qué su amigo Barrabés se ha forrado impartiendo cursos pagados con dinero europeo, firmado por sus ministros, en universidades públicas. Usar el miedo a Alvise o Abascal –incluso a Feijóo– le exime ante su público de rendir cuentas acerca de los viajes por el mundo de su mujer –¿también del Falcon?– a exóticos destinos en los que aparecía regularmente el responsable de la OMT, sospechoso para el mismo comité de ética del organismo que dirige. Enarbolar la bandera de la democracia contra una supuesta conspiración le permite anunciar leyes amenazantes para medios de comunicación y tribunales y tapa que en las últimas dos votaciones en el Congreso su partido se ha posicionado a favor del PP para evitar quedarse solo, y que no tiene presupuestos porque le resulta imposible legislar.

Un año escaso después de las elecciones, ha quedado probado que está atado de pies y manos, no puede gobernar. El culmen de su fracaso quedará acreditado el día en que Puigdemont se presente a la investidura para ser presidente de Cataluña. Y ese día la cantinela del miedo a la extrema derecha, si es que todavía resiste, a nuestro pesar, se desmoronará ante los ojos de su público. Porque no hay proyecto más extremo y racista que el que representa Junts.

Entretanto, la vida al margen de la política, continúa. Ayer, Ford anunció un ERE que afectará a más de 1.600 personas. Pero Yolanda Díaz no puede ocuparse, está entretenida salvando el pellejo tras el desmoronamiento de Sumar. Yo que Unai Sordo me preocuparía. Como le dé a la vicepresidenta por meterse en Comisiones Obreras para seguir viviendo del postureo de no trabajar, al secretario general le cuelgan el sambenito de la extrema derecha en menos de lo que tarde en protestar.

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