Retírese de nuevo, medite... y esta vez, lárguese
Como dijo un gran clásico: «La corrupción merma la fe en la vigencia del Estado de derecho cuando campa a sus anchas o no hay una respuesta política»
Estamos asistiendo a hechos gravísimos –insisto, hechos gravísimos–, que de forma reiterada en el tiempo han ido sacudiendo a la opinión pública a golpe de imágenes que provocan bochorno, incredulidad e indignación.
La corrupción merma la fe en la vigencia del Estado de derecho cuando campa a sus anchas o no hay una respuesta política acorde a la entidad del daño que se ocasiona. ¿Va a dimitir o va a continuar aferrado al cargo debilitando la democracia y debilitando y devaluando la calidad institucional de la presidencia? Su sola permanencia en el cargo debilita nuestra democracia. ¿Qué más tiene que pasar?
Acogiéndome a la máxima de «quien plagia a un plagiador tiene cien años de perdón», le he fusilado literalmente los dos párrafos anteriores a una de las cimas de la filosofía moral española, el doctor Sánchez Pérez-Castejón, cum laude por la Camilo José Cela y de enorme prestigio ético por su trayectoria de insobornable rectitud.
Tan contundentes frases forman parte del clamor justiciero de su discurso de investidura de 2018, cuando con 85 escaños pelados asaltó el poder merced a un execrable acuerdo con quienes habían dado un golpe contra España solo unos meses antes. El pretexto de Sánchez para justificar aquella traición a su país y a todo lo que venía diciendo el PSOE hasta entonces fue la necesidad de regenerar nuestra vida pública. No parece que lo haya logrado del todo:
La corrupción chamusca a La famiglia Sánchez, con los casos de la seudo primera dama negocianta y el hermanísimo melómano y trabajador invisible. La corrupción chamusca al partido, pues el propio PSOE ha tenido que echar pitando a Ábalos, el que fuera mano derecha de Sánchez y una de sus figuras (a lo que se suma la trampa antijurídica de utilizar al TC para «indultar» el escandalazo de los ERE, la cueva de Ali Baba que sirvió el PSOE andaluz para comprar voluntades electorales durante lustros, amén de para amenizarse con lumis y farlopeo a costa del dinero de los parados). Por último la corrupción es también política, pues ha mentido al público a saco sobre la entrada de Podemos en el Gobierno, sobre los tratos con los fugitivos separatistas, sobre datos relevantes de la pandemia, sobre Bildu y sobre la amnistía.
Como guinda de la tarta, el juez Peinado –que ante las presiones que recibe de Mi Persona y su Gobierno esgrime unos atributos que evocan al famoso caballo de Espartero– ha llamado a declarar como testigo al mismísimo Sánchez. Todo en el marco de un caso que podría llevar el nombre de aquella vieja película de Gutiérrez Aragón, «Habla, mudita», pues la primera dama de la España Plurinacional no sabe/no contesta.
Imagino que Sánchez acabará testificando por escrito (si es que no se contagia de la crisis de afasia de Gómez y calla por completo). Pero el desdoro resulta igualmente épico. No hay más que recordar lo que decía Sánchez cuando Rajoy se vio forzado a declarar en el verano de 2017 por un caso de corrupción de su partido: «¿Qué ejemplo está dando el presidente del Gobierno a nuestros hijos?», se preguntaba conmovido el Savonarola socialista, y acto seguido exigía: «Presente su dimisión ante el Rey esta misma mañana» o… «acabarán agonizando nuestras instituciones y nuestra democracia».
Sánchez no debe seguir en la Moncloa, porque chapotea en el lodo y preside un Gobierno inerme, paganini de unos separatistas en cuyo mostrador va vendiendo España a cachitos.
Haga caso a Sánchez 2017. Retírese de nuevo a meditar, y cuando vuelva, lárguese. Tenga la dignidad que por otros motivos ha tenido al final Biden. Si a él le falló el físico, a usted le falla la brújula moral, lo cual también incapacita a un gobernante.
Esta historia no va de tribunales, ni del rol del juez Peinado. En el fondo va de que no se puede tener como presidente a un mentiroso compulsivo, que además ha animado y encubierto las malas prácticas de su clan.
Pero no dimitirá, por supuesto. Solo un arrebato del locuelo Puigdemont puede librarnos de esta plaga y traer elecciones anticipadas.