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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La pasta debajo del colchón

La avería de CrowdStrike que sacudió a Microsoft muestra la provisionalidad en que todos vivimos, nuestro dinero es solo una anotación digital

Actualizada 11:47

Hace unos meses nos robaron en el piso, en el centro de Madrid. Ocurrió en una tarde aburrida de sábado. Les bastó una sola hora sin nadie en casa. Van directos a los dormitorios y los armarios de las habitaciones, a tiro fijo, y solo les interesan el dinero, las joyas y los relojes. La policía nos dio luego un curioso consejo: «Si tienen algo de mucho valor, guárdenlo en la cocina. Ellos van muy apurados y ahí no miran. La nevera, por ejemplo, es un sitio buenísimo». Ya saben, si tienen un Rolex, directo al congelador, con el salmón congelado y los cubitos para el gintónic.

No se llevaron mucho, por la sencilla razón de que no había. Pero sí lo suficiente para un disgusto. Lo peor de un robo de este tipo es la sensación de indefensión que se te queda. «En este barrio roban un piso cada día», nos comentó uno de los agentes a modo de singular consuelo. También nos aconsejaron que si un día nos topamos con unos ladrones no hagamos nada, que ni se nos ocurra plantarles cara. Las leyes son tan originales que si le arreas un sartenazo a un mangui que está allanando tu morada, quien acaba en la trena eres tú.

Acudimos a comisaría a denunciar, con unos agentes jóvenes de lo más amables. Las cámaras del portal grabaron a los tipos entrando, cubiertos con un pasamontañas. Al ver las imágenes, un vecino contrario a la inmigración exclamó con convicción: «Lo que yo decía, veis: ¡rumanos!». Al parecer había extraído la conclusión de las pupilas de los cacos.

No volvimos a saber nada de la Policía Nacional. Jamás se recuperó lo robado, ni hemos sido informados de detención alguna. La conclusión es desoladora: si te asaltan tu vivienda en el corazón de Madrid, olvídate. Así está España, incluso siendo un país todavía bastante seguro.

Viene lo anterior a cuento de que ya no cabe guardar la pasta bajo el colchón, como algunos abuelos de antaño. Pero tenerla en el banco quizá deje también de resultar seguro. Días atrás, una actualización de un programa de cíber-seguridad de la firma Crowd-Strike, utilizado por Microsoft, montó un carajal global que congestionó aeropuertos, zarandeó a los bancos y en algunos países bloqueó parte de la administración, incluido el acceso a los informes médicos.

¿Llegará el día del caos completo, de una avería o ataque informático que pare el mundo? Los expertos no se atreven a descartarlo.

Nuestra vida real se ha vuelto intangible. Nuestro dinero no es más que una anotación informática. Nuestras relaciones sociales, en cierto modo, también. Se cae el guasap una hora y es como si nos hubiesen amputado un dedo. Los abuelos se desesperan teniendo que interactuar con los bancos y con la Administración a través de internet. Los gigantes monopolísticos digitales nos conocen mucho mejor que quienes duermen a nuestra vera. Con su minería de datos anticipan nuestras futuras decisiones de compra y se lucran vendiendo publicidad basada en ellas.

Las guerras las disputan drones automáticos y la robotización de los ejércitos nos puede conducirnos a situaciones apocalípticas. Las pantallas han generado un déficit de atención galopante. Leer un libro en calma una hora seguida, o ver una película en casa de un tirón, se ha vuelto imposible, no somos capaces. Los criminales más inteligentes y habilidosos saben que los grandes golpes se dan ahora en el ciberespacio, con jaqueos que burlan todos los muros. Las mayores estafas se cometen a través de los móviles.

Este es el mundo en que vivimos, nos guste o no. Pero nuestros partidos políticos son ridículamente analógicos, con una mentalidad de mediados del siglo XX. Hablan y actúan como si todos estos acuciantes retos no existiesen. Viven en la era del radiocasete, la pasta bajo el colchón y los collares en un calcetín.

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