Aquella Venezuela
Noches navegadas y noches en los campamentos que Miguel De la Quadra alzaba en los claros de la selva. Los gritos escalofriantes del mono aullador, un gran simio con mucha más elegancia natural que Nicolás Maduro, el asesino en serie
En 1992 me convenció el gran Miguel De la Quadra-Salcedo para incorporarme, como conferenciante literario, a su expedición al Orinoco y el Amazonas. Mis compañeros conferenciantes eran Fernando Sánchez-Dragó y Baltasar Porcel. También hablaba Rogelio Pérez de Bustamante, jurista y catedrático de Historia del Derecho, culto montañés. La asistencia de alumnos a sus charlas era obligatoria porque la primera de sus intervenciones, en plena navegación desde La Guaira a las bocas del Orinoco, apenas reunió a diez jóvenes somnolientos. También embarcó en el «J.J. Sister Guanahani» el maestro Antonio Beciero, que nos ofreció un concierto de piano en el prodigioso Teatro de Manaos, rodeado de selva, levantado en los tiempos prósperos del caucho. Manaos, la gran ciudad del Río Negro, contribuyente del Amazonas, con los carteristas de manos más rápidas y sutiles del mundo. Fue a pagar Fernando Sánchez-Dragó los muchos frascos de guaraná de Maués –un natural anticipo del Viagra–, que compró para pasar el invierno en Madrid, y le habían desplumado. Se distribuyó en el barco el dinero en siete bolsillos diferentes, y le robaron en los siete.
El periplo venezolano fue un milagro. Del archipiélago de los Roques guardo la imagen de un atardecer en una de sus playas con miles de pelícanos y albatros entrando como agujas en la mar en busca de pequeños peces. Y la llegada al Orinoco, con la selva a babor y estribor, recibidos por indios en sus piraguas a los que lanzábamos paquetes de regalos, en mi caso, camisetas del Real Madrid. El Orinoco es un río maravilloso, que se navega sin perder la vista de las dos orillas de selva.
Hablar a 250 jóvenes de Quevedo, Góngora, Lope de Vega y demás poetas del Siglo de Oro Orinoco arriba es una de las experiencias más imborrables de las que recuerdo en mi vida. Y en Ciudad Bolívar, un amable militar que acudió a visitar al capitán del «J.J. Sister Guanahani», don Salvador Segura, y que comandaba la base aérea de La Carlota, me invitó a sobrevolar el Salto de Ángel para aterrizar posteriormente en Canaima, así a primera vista, y olvidando la existencia de las serpientes venenosas, el paraíso terrenal. Impetuoso Caroní. Atrás dejamos Caracas, una ciudad en cuyo centro se podía pasear con toda tranquilidad y rodeado de la hospitalidad y simpatía de los venezolanos, que ignoraban la tragedia de su futuro. Ciudad de contrastes. La inmensa riqueza de sus edificios empresariales y la devastadora visión de sus chabolas, muchas de ellas habitadas por emigrantes colombianos que buscaban en Venezuela su porvenir. Colombia, otra maravillosa nación hoy sometida a los caprichos de un terrorista, la tierra en la que se habla el mejor y más poético español del mundo. Mejor, incluso, que en Perú. Y que en Castilla.
Noches navegadas y noches en los campamentos que Miguel De la Quadra alzaba en los claros de la selva. Los gritos escalofriantes del mono aullador, un gran simio con mucha más elegancia natural que Nicolás Maduro, el asesino en serie. Clases de pesca con lanza y de puntería con cerbatanas. El silencio amable de los indígenas. Ciudad Bolívar una ciudad nueva y poderosa, con parques y jardines en cuyos árboles presumían de sus colores los ibis y los guacamayos. Éstos, al menos, no son perseguidos por los esbirros de la bestia, que ya han terminado con la vida de una treintena de jóvenes venezolanos mientras en Europa se compra la deuda de Venezuela para mantener en el poder a los tiranos y los asesinos.
Después el Amazonas, Brasil, hasta Manaos. Y de ahí, vía San Pablo, el retorno a Madrid.
Le debo a Venezuela diez de los mejores días de mi vida. Se trata de una deuda impagable. Y estoy seguro de que se derramarán muchos litros de sangre inocente hasta que llegue el momento de su nueva libertad. Lo conseguirán los venezolanos. Son muchos más los justos que los sicarios de Maduro, que los narcos, que los militares millonarios, que los privilegiados del comunismo y que Rodríguez-Zapatero.
Y Venezuela ganará. Si tuviéramos en España la mitad del valor de los venezolanos, no estarían los amigos de Maduro destrozando lo que queda de nuestra Historia y nuestra libertad.
Perico, Begoña… eso.