La mejilla
Sucede que hemos confundido el amor por los desfavorecidos con la inacción y el sometimiento a la invasión de quienes no conciben para los cristianos otro futuro que no sea el de su extinción
La paulatina degeneración lleva irremediablemente a descomposición. Sólo el hecho de encomendar la escenografía de la ceremonia de inauguración de unos Juegos Olímpicos a un mariquita del montón, demuestra el deterioro institucional de la que fue una gran nación.
Como si España se metiera en otro barullo olímpico y le encargara la inauguración a Jorge Javier o Javier Jorge Vázquez, que nunca atino con el orden de su nombre compuesto. Todo es posible, cuando una religión de paz, la cristiana, y dentro del cristianismo, la católica, lleva cumpliendo a rajatabla, desde la indolencia o la sumisión, el mandato de ofrecer la segunda mejilla para ser abofeteada cuando la primera ya lo ha sido. También es una religión de paz la de los hijos de David, y se defienden. La cristiandad ha combatido durante veintiún siglos contra quienes intentaron eliminarla con fiereza. Y del combate y la victoria nació el humanismo cristiano, la tolerancia, el amor hacia los desfavorecidos y el concepto férreo del perdón de Dios. Sucede que hemos confundido el amor por los desfavorecidos con la inacción y el sometimiento a la invasión de quienes no conciben para los cristianos otro futuro que no sea el de su extinción.
Ofrecer la otra mejilla después de una agresión es una interpretación elemental de una bella metáfora. Pero nada más. Llevamos aguantando agresiones y tortazos en las dos mejillas un tiempo excesivo. Y cuando nos hemos apercibido de nuestro error, una corriente de falso buenismo ha terminado con nuestra resistencia, hoy representada por la podrida Agenda 2030, la tolerante, la abridora de brazos, la falsa en bondades, la anticristiana, la de la impasibilidad ante la invasión mahometana del que fue el continente de la cristiandad. La Cruz que llevaron los españoles a todos los rincones del mundo.
De ello ha tenido un inmenso porcentaje de culpa el odio de las izquierdas europeas al cristianismo. En España, a los pocos días de proclamarse fraudulentamente la Segunda República, Madrid se convirtió en una extendida hoguera de iglesias incendiadas por el odio. Y fuimos nosotros los que incendiamos los templos, destrozamos el arte sacro, violamos los enterramientos de los religiosos y no supimos, en un principio, defender nuestra Fe y nuestras raíces. Ahora, los que nos odian vienen de fuera amparados por los que siempre nos aborrecieron. Y ya somos minoría. Hemos abierto nuestras casas a quienes vienen a ocuparlas, y nuestras calles a quienes las sangran con violencia, y nuestras reservas económicas a quienes jamás han trabajado para mejorar el nivel de vida de las viejas naciones conquistadas. Se decía que Europa, en el fondo, desde su opulencia, era una gran puta. Lo que no se dijo es que además de una gran puta, Europa era y es profundamente cobarde y rotundamente imbécil.
Lo de París, ofendiendo a más de mil millones de cristianos por el capricho de un LGTBIQ del montón, es prueba de nuestra cobardía. Si todos los atletas y deportistas que han nacido, se han educado y han vivido voluntariamente amparados por la Cruz de Cristo humillada, hubieran reaccionado haciendo las maletas y renunciando a la competición, se habría ganado, sin derramar ni una gota de sangre, la gran batalla del cristianismo contra el odio y la invasión. Pero de nuevo hemos puesto la otra mejilla, porque el satanismo, la perversidad, la pedofilia, la estupidez llamada woke y demás corrientes degeneradas de nuestras sociedades, nos han arreado a los pacíficos una colleja monumental mientras éramos insultados de norte a sur y de este a oeste. Y como era de esperar, la torta en la otra mejilla no se ha hecho esperar.
Prefiero al don Camilo de Guareschi que a San Fracisco de Asís con su «hermano lobo y su hermana lagartija». A don Camilo le arreaban los comunistas una trompada y respondía con seis trompadas más. Por eso le respetaban.
Estos degenerados, buenistas, y abrazadores de farolas de ahora, nos consideran idiotas sin capacidad de reacción. Y sin mejillas, que es peor.