La gran Carolina y las súper turras
El espíritu de la campeona de bádminton contrasta con la queja constante de otras de nuestras figuras, que mezclan deporte e ideología
No he visto un partido de bádminton entero en mi vida (lo cual es doblemente imperdonable, pues en 1992, como motivo de los Juegos de Barcelona, escribí por encargo de mi periódico de entonces un librito sobre ese deporte, que confieso que llevaba más copieteo que la tesis de Sánchez, pues no tenía ni flores de la materia).
Pese a mi ignorancia sobre el deporte de la raqueta y el volante, nacido en la India en el XIX, soy admirador desde hace años de Carolina Marín, como millones de españoles. Es una máquina en la cancha y una persona agradable, bien majetona, que diríamos si nos pusiésemos castizos. Hija de una bailaora flamenca de Huelva, cuando tenía ocho años una vecina aficionada al bádminton le invitó a probar en el pabellón del barrio. Resultó un portento. Y hasta hoy.
Además de por su magia ante la red, Carolina nos ha ganado por su carácter peleón. Irrumpió como un vendaval en un deporte siempre dominado por las asiáticas y se colgó el oro en Río 2016. Pero luego llegaría la catarata de desgracias. En 2019 se rompió el cruzado de la rodilla izquierda en una final en Indonesia. En 2021, a solo un mes de los juegos de Tokio, le tocó al de la otra pierna, además de dañarse los dos meniscos.
Se cuentan por cientos, sobre todo antaño, los futbolistas retirados prematuramente por una rotura del cruzado. Pero Carolina, con un palmarés de tres títulos mundiales, no se resignó. Tras una rehabilitación durísima, entrenando como una posesa y cuidándose al detalle, logró volver. El año pasado fue subcampeona del mundo y en el actual, campeona de Europa. Llegaba a París como una moto y con esa mentalidad que la distingue: ganadora, esforzada, con su cadena de la Virgen del Rocío al cuello y sin pamplinas quejumbrosas. «No vengo a París a ver la Torre Eiffel. Vengo a ganar medalla», avisaba. Y así iba a ser. Hasta que el físico le volvió a fallar cuando ya tenía su partido encarrilado y olía a oro. Con la pierna ostensiblemente rota, todavía intentó seguir con una rodillera. Era imposible y toda España se quedó sobrecogida ante su mala suerte. Pero volverá a intentarlo, que nadie lo dude.
La actitud de Carolina Marín se estila cada vez menos, porque lo que se lleva en España y en todo Occidente es el victimismo de una Generación Copo de Nieve que se derrite con todo. Y de eso también tenemos notables ejemplos en el deporte español de élite.
«La verdad es que me gustaría que palmasen, porque son insoportables. Pero como son españolas habrá que apoyarlas...», me comentaba en una cena el viernes mi sobrino Pou, refiriéndose a las futbolistas de nuestra selección de fútbol. Me leía el pensamiento, porque siendo decir que yo tampoco las aguanto: siempre instaladas en la queja, como si hubiese una conjura universal contra ellas -que no existe-, siempre en el lío, en el victimismo, en la turra cansina… Incapaces, por supuesto, de reconocer con humildad que su oferta deportiva no tira, que no logran ni media entrada en sus partidos olímpicos y que están primadas por un plus promocional de claro aliento ideológico.
De escuela similar es mi paisana gallega Ana Peleteiro, tan grande en las canchas de atletismo como pequeña cuando se lanza a pontificar en las entrevistas. Por desgracia, no estuvo bien en su final de salto y acabó de sexta. Pero su talante no es el de Carolina Marín. Su reacción lo dice todo. Primero culpó a la lluvia, cuando idéntica agua caía sobre sus rivales, y luego dejó esta perla: «Estoy orgullosa. No puedo ser injusta conmigo misma». ¿Por qué estás orgullosa si lo has hecho mal?
El tono de Peleteiro y las cuitas constantes de las insufribles del fútbol femenino, Putellas y compañía, reflejan una forma de ir por el mundo que cada vez se estila más: culpar a otros de nuestros contratiempos y eludir toda responsabilidad personal. Por eso algunos somos «carolinistas» y no «putellanos».
Ánimo, Carolina. Te aplaudiremos en Los Ángeles 2028. Tú lo vas a intentar, eso es seguro.