Hacen falta como el comer editores españoles
Si para ti España es solo un lugar donde hacer negocios, te da igual el cupo catalán o la persecución a los jueces, o las sombras de corrupción en el poder
Aunque solemos creernos lucidos pavos reales de notable influencia en la vida pública, la inmensa mayoría de los periodistas pintamos más bien poco. Lo importante en los medios no somos los gacetilleros, sino los propietarios, los editores.
Los dueños de las televisiones, los periódicos y las radios son los que fijan la línea editorial. Los periodistas la acatan, salvo casos extraordinarios de coherencia y valor personal, mayormente porque fuera hace mucho frío y nadie quiere perder su empleo en un oficio mal pagado y con alto paro. Eso explica, por ejemplo, fenómenos paranormales como que la plantilla de periodistas de Prisa pasase de un día a otro, y sin pestañear, de estar rotundamente en contra de la amnistía a estar rotundamente a favor.
Al gran público le interesa tanto la propiedad de los medios españoles como la solución que le dio el excéntrico genio ruso Gregori Perelman a la conjetura Poincaré. El tema les resbala. Y sin embargo supone un asunto capital, porque sin editores comprometidos con España y su futuro los medios se convierten en veletas al albur de un estricto móvil crematístico, al que se someten incluso los más altos intereses de la nación.
En las grandes cadenas del duopolio, que se reparten el negocio televisivo español de un modo insólito en Europa, impera el capital italiano (por supuesto los italianos jamás permitirían lo contrario, que los españoles mangoneásemos su panorama televisivo). En Prisa (El País, la Ser, Cinco Días…) el primer accionista y presidente es lo que se da en llamar «un ciudadano del mundo», un hábil ejecutivo de 52 años nacido en Francia, de raíces armenias y libanesas, que ahora vive en Londres, donde tiene radicado su fondo, y que cuenta también con nacionalidad colombiana. El resto del accionariado lo completan franceses, mexicanos, cataríes… y algún pequeño florero español. En apariencia, hacerse con una compañía de medios que todavía hoy arrastra un pufo de 750 millones de euros y que en el último semestre ha vuelto a perder dinero no parece una decisión muy avispada.
Pero es que el asunto no va de eso, en realidad va de las oportunidades que le puede abrir en otros sectores un Gobierno socialista crecientemente intervencionista en la economía. ¿Y cuál es el pago que has de abonar para que Sánchez te abra de par en par las puertas de los grandes conglomerados donde él tiene la batuta? Pues el pago es apoyarle siempre, sean cuales sean sus decisiones. Por eso El País acaba de publicar sendos editoriales de apariencia sesuda defendiendo dos puros disparates: el cupo catalán, que es inconstitucional y hace añicos el principio de la igualdad de todos los españoles, y el acoso a golpe de querella del presidente contra el juez que investiga la posible corrupción de su mujer.
A los «ciudadanos del mundo» les da un poco igual que la solidaridad interterritorial pueda quedar destrozada, que la contabilidad pública española se convierta en un delirio surrealista, o que en España se estén dando pasos constantes a favor de la impunidad de la corrupción y contra la democracia. Los inversores globales sobrevuelan los líos políticos que nos agobian y marcarán nuestras vidas. Están en otro tema: «¿Qué hay de lo mío?». Si un pirata de la política supone una oportunidad, pues lo segundo ha de primar sobre lo primero. ¿Alguien se cree que en su casa, a la hora de cenar en privado con sus familias, todos los periodistas que trabajan en el periódico y la radio sanchista están de acuerdo con la chifladura del cupo catalán, o con la amnistía, o con la acelerada ‘venezuelización’ de la vida pública española? Por supuesto que no. Pero hay que vivir. Y si los negocios del jefe pasan por decir sí bwana en todo a Sánchez, pues prietas las filas y a defender la consigna en teles y radios como un solo hombre.
Hacen falta como el comer más editores españoles, personas con principios y comprometidas con los intereses de España.