Francia coreografía su decadencia en el Sena
En su afán de ser originales convirtieron la ceremonia inaugural de París en un tostón de aroma 'woke', estúpida mofa del cristianismo incluida
En 2008, China convirtió los Juegos de Pekín en su tarjeta de presentación como candidata a primera potencia. El mundo se quedó boquiabierto con la ceremonia de inauguración, dirigida por el gran cineasta Zhang Yimou, que ensalzaba sus tradiciones al tiempo que plantaba un pie en el futuro más deslumbrante. El listón quedaba muy alto. Aún así, los ingeniosos británicos se las apañaron en 2012 para organizar en Londres un acto de apertura resultón y encantador, dirigido por Danny Boyle, que reivindicó ante el planeta lo poco que les queda, su poder blando, encarnado por su sentido del humor y su cultura. Hasta la maravillosa Isabel II echó una mano con un divertido cameo junto a James Bond.
Ahora le ha tocado el turno a Francia y lo que nos ha endilgado es un tostón de cuatro horas, sin un guion claro, más allá del intento de epatar. Una ceremonia kitsch, más cercana al petardeo LGTB que distingue a Eurovisión que a lo que se espera de una gala de unos Juegos Olímpicos en un gran país.
Lo único que no puede ser un gran espectáculo es aburrido. Y eso es exactamente lo que ha logrado París, ciudad de excelente marketing y pésimo clima, que dejó una mano de lluvia que parecía un castigo bíblico por la sandez de la propuesta.
La guinda fue una ofensa cutre y absurda a los católicos, con un grupo de travestis componiendo la imagen de La última cena de Leonardo. De los 68 millones de franceses, el 47 % son católicos, un 4 % musulmanes y los budistas y protestantes suponen un 2 % cada grupo. Insultar a la fe cristiana de la mayoría se ve estupendo y sale gratis. Pero por supuesto los audaces creativos no osarían a chotearse de Mahoma (por puro miedo) o de Buda (porque para el panfilismo de la izquierda occidental el budismo sí es guay).
El petulante Macron, cuyo alto concepto de sí mismo es inversamente proporcional a sus logros concretos, quería algo diferente, lo nunca visto, romper con la tradición y con «la narrativa histórica convencional». Así que decidió sacar la ceremonia de apertura del estadio olímpico, como se ha hecho siempre, para que el espectáculo discurriese por las orillas del Sena, con los equipos olímpicos desfilando en barcos. El guion se le encargó al historiador Patrick Boucheron, impulsor de una Historia global de Francia convertida en un best-seller aplaudido por la izquierda y denostado por la derecha por su revisionismo. El tal Boucheron quiso desmitificar, huir de la grandeur («en Francia no estamos para dar lecciones», dijo, lo cual es cierto). Pero lo que acabó haciendo resultó impersonal, feísta y decepcionante.
No solo fue la lluvia lo que empañó la fiesta. A pesar de las impresionantes medidas de seguridad, la jornada empezó con un sabotaje a los trenes que dejó en tierra a casi un millón de pasajeros. Luego presentaron a Corea del Sur como Corea del Norte, colgaron la bandera olímpica del revés, decapitaron de nuevo a María Antonieta… Se vio de todo, menos la belleza que distingue a Francia.
Me temo que lo que ha hecho Francia es coreografiar a orillas del Sena su propia decadencia. Un país que vive de rentas, que trabaja muy poco y cada vez menos, que lleva tiempo tendido en el diván porque no se encuentra, que está atrofiado por el estatismo, que ha integrado mal a sus inmigrantes y que reniega –u olvida– los pilares espirituales que construyeron su civilización, empezando por el catolicismo. Únase una economía dopada por el Estado, una deuda pública del 110 %, que es una bomba de relojería en el corazón de la UE, un crecimiento rácano y una nula inventiva en el mundo digital, y ya tenemos la fotografía completa, que es por desgracia la de casi toda Europa.
Cinco años después del incendio de Notre Dame, el corazón de la nación, la rehabilitación de la catedral sigue sin completarse, tal y como se vio en la ceremonia. Pero eso sí: rápidos para mofarse del cristianismo con unos travelos. La grandeur ya es historia y lo queda es un hedonismo chabacano, sin raíces ni metas.