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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El padre de Daniel Sancho

¿Cómo es posible que TVE suprima la emisión de una película porque sale en ella un actor inocente y un padre destrozado?

Actualizada 01:30

Daniel Sancho ha solventado ya dos veranos televisivos, monopolizando el espacio que hubiera podido dedicarse a otros asuntos más relevantes, como la inmigración, si no reinara en el sector una sofisticada línea: como no se puede hablar bien de Sánchez, no hablemos de política, un contenido básicamente reducido a las pantallas amigas de TVE y La Sexta, siempre dispuestas a decirle a los espectadores que no es verdad ese desastre que ven con sus propios ojos.

Las andanzas del muchacho han llenado programas íntegros, en no pocos de ellos con una sorprendente deriva cómplice, como si de algún modo la víctima fuera él y no el cirujano asesinado, descuartizado y esparcido a trozos por el mar.

La figura del asesino sexy lograba así más comprensión de la previsible en alguien lo suficientemente perverso para preparar un crimen, cometerlo e intentar borrar la huella con una crueldad más propia del Carnicero de Milwaukee que de un ocasional homicida preso de un rapto de locura.

Quizá alguno deba revisar sus paradigmas y preguntarse si acaso la indiferencia hacia la víctima no nació de su condición de colombiano de edad avanzada y gustos sexuales alternativos, todo ello potenciado por unos abogados que quizá hayan sido estupendos para elevar el caso a los altares mediáticos, pero no para obtener los mejores resultados jurídicos, algo que también puede decirse de la defensa del doctor Arrieta, aunque en su caso al menos con más eficacia penal.

Todos ellos se han chupado más minutos en pantalla, me temo, que en el despacho, obteniendo unos réditos personales en promoción que en algún caso roza lo obsceno y debería tener algún impacto en la envergadura de sus minutas si, en su campo, se acepta el pago en especie.

Pero lo más sorprendente de todo ha sido, probablemente, el sumarísimo juicio paralelo al que se ha sometido a la familia del asesino, cuya única condescendencia decente se debió agotar en el deseo de que no fuera sometido a la inhumana pena capital.

De los padres de Sancho lo hemos sabido todo, con pasajes miserables, estrictamente íntimos y en todo caso irrelevantes a efectos de valorar el caso. La falta de empatía con ellos, que también son víctimas de su hijo a poco que se piense en el drama que es verse en esta situación agravada por la distancia con Tailandia, se resume en un episodio que exigiría una pregunta formal en RTVE o más allá.

Según cuenta El Debate, el ente público decidió suspender la proyección de una película, La piel del tambor, porque en ella salía Rodolfo Sancho, un estupendo actor y por lo que se ve un buen padre, ajeno a los hechos obviamente y dispuesto a pelear por su hijo allá hasta donde sus energías lo permitan: algo inevitable que solo despreciaría un monstruo, a poco que nos preguntemos qué no haríamos los demás de vernos metidos en un infierno tan insoportable.

Los delitos son siempre individuales, y las culpas no se heredan ni se dejan en herencia. Es una máxima del derecho, de la vida y del sentido común que, al parecer, no es ya hegemónica: suprimir el pase de una película del padre mientras se explota la figura del hijo en la misma parrilla no solo es injusto, también es repugnante.

Es de desear que los productores de España no respiren la misma atmósfera fétida que los programadores de TVE y, en todo caso, derrochen un extra de generosidad con un artista respetable que no ha sido condenado fuera de España y no puede serlo dentro de ella.

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