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19 de septiembre de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¡Oh!: «Es mujer, progresista y catalana»

La valoración que hace la ministra portavoz de la nueva presidenta del Poder Judicial muestra en toda su crudeza la tontuna dogmática que nos asola

Actualizada 09:40

María Pilar Alegría Continente, zaragozana de 41 años, es la ministra portavoz y la responsable de la cartera de Educación, donde poco labora, más allá de abogar por la subcultura del bajo esfuerzo, pues la gestión está transferida. El cometido real de Pilar es la propaganda orwelliana del Gobierno. Cada semana nos endilga unos mítines tremebundos en las ruedas de prensa del consejo de ministros, donde con una sonrisa de hielo pintada de rojo carmín se dedica a zaherir a todos los que no piensan como Sánchez (si es que Sánchez alberga un pensamiento que vaya más allá de la estricta supervivencia táctica de un ego hipertrofiado).

Pilar, que se nos pone tan estupenda, por supuesto, jamás ha dado palo al agua fuera de la política. Es diplomada en Magisterio, pero no ejerció. No hacía falta: se limitó a afiliarse al PSOE y a UGT en la Universidad y a chupar de la piragua hasta hoy. La palabra «progresista» empalaga casi cada frase de sus arengas. Pero a la hora de la verdad, cuando tuvo que enviar a su hijo a un cole, lo mandó al elitista Liceo Francés. Un clásico socialista: mediocridad igualitaria para los demás, pero para nosotros la vida muelle burguesa.

Este martes, el Consejo del Poder Judicial ha elegido como presidenta a Isabel Perelló, una magistrada nacida en Sabadell en 1958 y llegada al CGPJ en la cuota de los socialistas. No era la preferida del sanchismo para el cargo, porque mantiene su profesionalidad y ha firmado dos sentencias contrarias a los intereses del PSOE. El sector conservador la ha aceptado como una solución de aliño, como un modo de evitar a algún fámulo sometido al completo a Bolaños y Pumpido.

Preguntada Pilar Alegría por la elección de la nueva presidenta del Poder Judicial y del Supremo, la ministra portavoz lo celebró destacando tres atributos de la elegida: «Es mujer, es progresista y es catalana». ¡Ole! Sin pretenderlo, creyéndose probablemente la más lista de la clase, Alegría estaba delatando la profunda bobería conceptual que subyace en lo que se ha dado en llamar sanchismo.

En primer lugar, cabe explicarle a Alegría que el hecho de que un cargo lo ocupe una mujer no significa nada en el año 2024 del siglo XXI. Al alzaprimar con frenesí ese dato, en realidad lo que está haciendo este feminismo dogmático y de cartón piedra es infravalorar a las mujeres. Viene a decir que supone una proeza y una singularidad que una mujer ocupe un alto cargo, cuando a estas alturas es lo más natural y no supone noticia alguna para quienes vemos a las mujeres como las perfectas iguales de los hombres. Si quiere ser feminista, Alegría podría hablar de cómo son subyugadas muchísimas mujeres musulmanas que viven en España, algunas embozadas hasta en el burka mientras sus parejas se pasean con camiseta guay de chuliboy y gorrita de béisbol. O podría hablar del horrible fracaso de su Gobierno ante los asesinatos de mujeres, con un ministro del Interior achicharrado y desaparecido y un Ministerio de Igualdad que solo sirve para el rencor ideológico y el más estéril victimismo. O podría hablar de su energúmena excompañera de consejo de ministros Irene Montero, que con una ley chapucera ha puesto en la calle a docenas de violadores y maltratadores de mujeres. O podía hablar de una alocada ley trans, que está ya creando problemas reales a las mujeres y humillándolas en su intimidad.

El segundo motivo para elogiar a la nueva presidenta del Poder Judicial, según Alegría, es que «es progresista». Delata así la ministra lo que ya sabemos: para esta izquierda populista-populachera solo existe un credo admisible: el izquierdismo-woke que han dado en llamar «progresismo». Todos los que no estamos en esos parámetros somos ciudadanos de segunda, de menor mérito.

El tercer motivo que escogió para ensalzar a la magistrada Perelló fue que «es catalana». ¡Brava! El Gobierno de Sánchez explicita que aquí hay unos ciudadanos VIP y de primera, los catalanes, el pueblo superior, y luego estamos la recua del común, que carecemos de los sublimes atributos —que yo no conozco— que al parecer los hacen mejores que el resto de los españoles.

Razonamientos pueriles e ideología en vena. Y, sin embargo, la nave va. Sin ganar siquiera las elecciones generales, Sánchez acaba de colocar a un ministro como gobernador del Banco de España y a una magistrada de su cuota al frente del CGPJ y del Supremo. Además, ha situado a un militante y una exmilitante del PSOE al frente del CIS y RTVE. Las empresas públicas se han repartido entre amigotes y gente de la órbita del PSC. La mayor compañía de telecomunicaciones del país ya ha sido tomada por el Gobierno. En España hay 50 organismos públicos controlados por peones directos del sanchismo. Hasta ha obligado a TVE a contratar a un carísimo bufón de cámara para que haga competencia a un presentador que de tarde en vez osa a lanzar algún mínimo pellizquito a Mi Persona.

Así es la vida bajo el régimen «progresista», mientras la oposición o se equivoca de enemigo (Vox), o no acaba de encontrar el pulso y el nervio para hacer ver a los españoles la magnitud de este disparate (PP).

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