A Mónica García no le mola madrugar
Y a mí tampoco, pero si todos siguiésemos sus recomendaciones holgazanas desde el Ministerio de Sanidad, España se iría a hacer gárgaras
A Mónica García, «médico y madre», comunista Möet con vistas al Retiro y ahora ministra-florero de Sanidad –cartera de mínimo contenido, pues todo está transferido–, resulta que no le mola madrugar.
A mí tampoco. Ahí estamos de acuerdo. ¿A quién puede gustarle madrugar, con lo guay que se está arrebujado remoloneando en la piltra? En mi caso sufro además la rémora de ser dormilón; uno de esos pesos pluma que andan espesos con poco sueño. Los fines de semana, si no me llaman, soy capaz de planchar la oreja diez horas. Entonces, ¿por qué me levanto a las siete menos veinte de la mañana? ¿Será alguna forma de patología masoquista? No. El problema estriba en que el periodismo ha cambiado, como todo. Decía aquel éxito ochentero que «el vídeo mató a la estrella de la radio». E internet ha matado la bohemia periodística. La máquina digital nunca para y todos nos vemos obligados a comenzar pronto. Madrugar se ha convertido en una necesidad laboral (a la espera de que Chat GPT y similares nos suplan, que en parte ocurrirá).
Susi y Melo, hoy felizmente jubilados, regentaban una excelente frutería en La Coruña, de opíparo género. Les fue estupendamente y pudieron costearles a sus hijas unas buenas carreras. Pero me temo que no lo lograron desde la piltra. Melo se levantaba a las cuatro y media para ir al mercado central de frutas y buscar lo mejor. Su mujer completaba largas jornadas tras el mostrador, a las que luego se sumaba él.
Millones de autónomos saben que es así como se saca un negocio adelante en la vida real, donde además soportas la pesadísima losa fiscal y burocrática de nuestro modelo socialista. Pero la piji-ministra García ha despreciado el esfuerzo de todas esas personas con unas declaraciones de sagacidad neuronal discutible, en las que nos advierte que madrugar no garantiza el éxito y nos recomienda trabajar menos y holgazanear más.
Admirable, Mónica, tú que eres tan lista: ¿Cuál es la alternativa en un caso como el de la frutería que acabamos de describir? ¿Quedarse en la cama y esperar a que las sandías y las peras vengan andando solas hasta tu tienda desde el mercado central? ¿Contratar un empleado que te haga el trabajo? ¿Y qué pasa si los márgenes de ganancia son muy ajustados, como es el caso en los pequeños negocios? ¿Vas a vender tu chaletazo de la sierra para pagarles a los fruteros la nómina de su empleado, en noble ejemplo de cooperación socialista?
Los diletantes de la política probeta no se ocupan de los desafíos de la vida cotidiana de las clases medias. Socialistas chic como Mónica García llevan unas existencias elitistas. Ni se rozan con la gente corriente a la que dicen servir. Por eso muchos «trabajadores y trabajadoras» han girado a la derecha, hartos de simuladores de verbo empalagoso, obsesionados con la ingeniería social e incompetentes ante problemas acuciantes, como los del bolsillo y la inseguridad. En la moqueta sanchista «la gente» no pinta nada. Están muy ocupados desenterrando muertos de hace ochenta años, persiguiendo a los jueces, o comprando el apoyo de los separatistas catalanes con el dinero que le sisan al resto de los españoles.
Por primera vez en la historia de España tenemos un Gobierno manifiestamente contrario al esfuerzo. En educación se propugna que se pueda pasar con un carro de suspensos, porque empollar ahora es de derechas. En economía, eminencias de la categoría de Yolanda Díaz y la referida Doctora García abogan por trabajar menos y cobrar lo mismo (o más), en un país que tiene la productividad por los suelos, y por lo tanto no es competitivo.
El modelo de bajo esfuerzo que predica el Gobierno está calando. Las nuevas generaciones vienen con esa mentalidad tatuada: «Hay que vivir, no todo es trabajar». En una mesa con varios veinteañeros y treintañeros muy valiosos les pregunté si se jubilarían a los 41 años si pudiesen. Me quedé pasmado cuando la mayoría respondieron que sí. ¿Para qué trabajar pudiendo vivir en el «finde» perpeuto? Qué bonito.
Mientras España y Europa se abonan al paradigma gandul, los asiáticos estudian y trabajan con denuedo, abrazan las difíciles ingenierías, producen más rápido y más barato y nos están barriendo.
Pero todo eso no importa, porque como dice la gran Mónica García, madrugar es de perdedores.