ELA y él
Me temo que no es culpa de ChatGPT, sino del Gobierno, otro tipo de Inteligencia Artificial, que incomprensiblemente no aprueba una ley que vendría a auxiliar a personas gravemente enfermas, abocadas a la desesperanza
Mi desconcierto ha llegado al punto vergonzoso de preguntarle las razones al ChatGPT. No entiendo cómo él, Sánchez, no aprueba ya la ley ELA. Pensé que una inteligencia artificial, sin corazón, podría darme unas respuestas más cercanas a la realidad. La máquina ha hecho esfuerzos sobre e infrahumanos, pero ha fracasado.
Me temo que no es culpa de ChatGPT, sino del Gobierno, otro tipo de Inteligencia Artificial, que incomprensiblemente no aprueba una ley que vendría a auxiliar a personas gravemente enfermas, abocadas a la desesperanza y quizá, de fondo, a la eutanasia. Las razones parecen ser, dicen unos y otros y los algoritmos, el coste presupuestario, los trámites legislativos lentos, la dificultad de negociación, etc. Más se acercan cuando apuntan a que la aprobación de la Ley ELA tendría muy poco rédito político. Los afectados son un colectivo de personas pequeño, que no tiene un peso específico en las encuestas como el de los pensionistas.
Con todo, sigo viendo incoherencias. Con lo que gastan para unas cosas y otras, vuelos de Falcon incluidos, el presupuesto de la ley ELA sería el chocolate del loro. Más aún si tenemos en cuenta lo que va a recaudar Hacienda gravando los Lamborghini y Yolanda Díaz a la sanidad privada. El coste de imagen de inhumanidad de no aprobar esa ley debería inquietar a Sánchez, tan cuidadoso de su perfil. ¿No ve que, a cada gasto suntuario que hace, recordamos a los enfermos de ELA? También a cada atajo legal que toma para saltarse con urgencia límites constitucionales y controles legales.
El motivo tiene que ser otro, aunque sea difícil de encontrar y delicado de publicar. Estrujándome el cerebro, veo dos. El primero es la inflamable división partitocrática que padecemos en España. Hace muchos años, el poeta chileno José Miguel Ibáñez Langlois se reía en un poema descacharrante de Futurologías de esta tendencia (tener padre era de derechas, tener madre de izquierdas, etc.); pero ya hemos dejado de reírnos. No solo porque hasta los programas de televisión se politizan: «El Hormiguero», tal; Broncano, cual; sino porque nos hacen tomar furiosamente partido, sin caridad ni ironía. Están siempre lanzándonos a unos contra otros. Y aquí aparece la Ley ELA. Se diría que los partidarios de que, por humanidad, se apruebe la ley ELA hemos caído en el lado equivocado de la línea separadora. El PSOE tiene un instinto instalado en el interior de su cerebro reptiliano y, como te considere «de los otros», vas listo. ¿Será posible que tenga a los enfermos de ELA como contrincantes? Si no los tiene, lo parece.
Y el segundo motivo es inconsciente y mucho más difícil de escribir. Pero lo haré porque aquí no hemos venido a adornarnos, sino a hacer un análisis, aunque dé miedo. Cabe que, de forma muy subconsciente, no se quiera invertir en mejorar la calidad de vida de los enfermos de ELA porque en algún recodo oscuro de las mentes del poder se piensa que para esos casos sin esperanza de recuperación ni de vida hedonística ni de trabajo productivo gravable con impuestos, ya ha aprobado el Gobierno la muy humanitaria solución de la eutanasia. ¿Se asume que más apoyo implicaría alentarles a seguir viviendo? Esto no lo ha dicho explícitamente nadie, pero sí que los padres que se nieguen a abortar a un hijo con problemas graves de salud no deberían cargar su tratamiento a la Seguridad Social. La mentalidad que atisbo es análoga en ambos casos. Se considera el aborto y la eutanasia como la única solución racional para casos extremos. Empezaron siendo derechos graciosamente concedidos al libre arbitrio de los individuos, pero se van transformando en otra cosa lentamente.
Si usted piensa que esto es un disparate, me alegro. Ojalá. Convencerme sería fácil: aprobando la ley ELA, cuidando de todos los enfermos, invirtiendo en medicina asistencial y tratamientos paliativos. Nada me gustaría más que estar rotundamente equivocado.