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Desde la almenaAna Samboal

Los ministros de Puigdemont

Con todos los escenarios abiertos, de momento toca seguir trabajando en satisfacer las demandas de Puigdemont, que ese parece ser el sino de este gobierno. Todo tiene un precio, se lo ha dejado bien claro su chulesca portavoz en el Congreso

Actualizada 01:30

Deslizan las fuentes de la Moncloa que el voto de Junts al techo de gasto cuesta unos 1.800 millones de euros. ¡Será por dinero! Si eso es lo que le cuesta a Pedro Sánchez alargar la legislatura un par de años más, podemos dar el cheque por firmado. La voraz Hacienda, que desvergonzadamente demoniza a los caseros y se rinde ante los corruptos independentistas, nada en la abundancia. La inflación, el impuesto a las clases medias y populares que más alegrías ha dado a este gobierno, sin sufrir por ello ni una sola manifestación en contra, ha llenado las arcas públicas de euros que, a manos llenas, ha gastado alegremente en paguitas para intentar retener algún voto para Yolanda Díaz. Ahora le toca a María Jesús Montero, que para eso es la titular de la cartera y que bastante sofoco debe haber sufrido después del bochorno que debe haber pasado por tener que retirar su senda de déficit del Pleno para evitar el revolcón de otra votación perdida. Ella, que decía que no había retocado la cifra porque lo que es excelente no se toca. Ella, ahora, firma 1.800 millones adicionales y lo que haga falta para salvar su plaza a la derecha del líder. Aunque esté comprometiendo un incremento de gasto estructural con ingresos fruto de la mera coyuntura. Ya se ocupará de cuadrar el sudoku el que venga detrás. Al fin y al cabo, Carmen Calvo, la que decía que el dinero público no es de nadie, creó escuela por esos pagos.

Si fuera por los 1.800 millones, el acuerdo ya estaría hecho. Pero, como ya sabemos que una cosa es lo que nos cuentan y otra bien distinta lo que hacen, vale la pena observar los actos de los integrantes de la mesa del Consejo de Ministros para intentar dilucidar qué es lo que realmente está ocurriendo. Están nerviosos. Salta a la vista. Están enfadados, irritados, preocupados. Si pudieran hablar, lo dirían los micrófonos que usan para responder a las preguntas de la oposición en la sesión de control del Congreso. ¡Qué violencia a la hora de plegarlos! Con el gran jefe en Nueva York, lo más probable es que lo que más les quita el sueño es que ni siquiera saben qué se le pasa ahora por la cabeza. No es que les dé muchas explicaciones cuando para por Madrid, que no, porque dicen que no pierde tiempo en despachar con sus ministros, pero, al menos, pueden deducir cómo anda de humor al mirarle a la cara.

Intenta salvar la legislatura. Salta a la vista. Pero nadie descarta que, al más mínimo traspié del juez Peinado, se envuelva en la bandera de víctima de la ultraderecha para convocar elecciones anticipadas. Y adiós cartera y coche oficial. O no. Depende de lo que le diga el nuevo gurú demoscópico que ha fichado en la Moncloa, que no en Ferraz. ¡Será por dinero! ¡Dinero público, por supuesto! Parece que del CIS ya no se fía. Y mira que ha gastado en las reformas de Tezanos una fortuna.

Con todos los escenarios abiertos, de momento toca seguir trabajando en satisfacer las demandas de Puigdemont, que ese parece ser el sino de este gobierno. Todo tiene un precio, se lo ha dejado bien claro su chulesca portavoz en el Congreso. Y el presidente no ha tardado en poner a su servicio a todos sus ministros. Albares, a rogar a Metsola que en vez de en inglés salude en catalán en el Parlamento Europeo de vez en cuando. Le va a costar, pero ¡será por dinero! Montero ya está rehaciendo las cuentas, para satisfacción de los barones del PP, que no han tenido que despeinarse en esta refriega. Es a Bolaños al que ha tocado bailar con la más fea: con lo que ha trabajado en la Ley de Amnistía, para que ahora le digan los jueces que no llega para salvar al socio. Conde-Pumpido acabará lavándose las manos y dejando que resuelvan en Europa. Y ya Sánchez solo tendrá que decidir cuanto tiempo quiere él y los suyos seguir sufriendo.

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