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VertebralMariona Gumpert

Acabaremos como ellos

México –junto con otros países hispanoamericanos– es uno de los espejos en los que mirarnos, intentar escarmentar en cabeza ajena. El único contrapeso a la narcodictadura mexicana que quedaba era el poder judicial

Actualizada 01:30

Ya nos hemos desquitado todos con el tema de México, el antiguo Virreinato de la Nueva España. Los de Bildu se apresuraron para dejar claro de qué parte están. Me pregunto si alguna vez habrán puesto un pie en la Ciudad de México, si son conscientes de que —junto con el Club Asturiano— el Centro Vasco es una de las vías que usan algunos mexicanos (pijos adinerados) para mostrar su pureza de sangre, su superioridad racial y moral. A algunos les falta tiempo para sacarse el DNI de la cartera y explicarte, con «asentaso chilango», que son españoles. Es toda una experiencia contemplar esa sonrisita cómplice, como esperando tu aprobación y posterior celebración por pertenecer al pueblo elegido. Nunca sé qué decir, más allá de preguntar si desean un pin de premio. También me nace sacar cinco euros del bolsillo: oiga, cómprese una vida y déjeme en paz. Pero ahí el fresita (el pijito, en español de España) la puede devolver bien fuerte y quizá me ofrezca su avión privado para devolverme a Navarra antes de lo previsto. Ah, los whitexicans, toda una fauna. Una fauna que sale en desbandada de su propio país, como lo hicieron en su momento los venezolanos.

Este es el punto que debería llamar nuestra atención, pues México —junto con otros países hispanoamericanos— es uno de los espejos en los que mirarnos, intentar escarmentar en cabeza ajena. El único contrapeso a la narcodictadura mexicana que quedaba era el poder judicial; hace unas semanas el gobierno mexicano cambió la constitución del país para colonizar este último, además de implementar mecanismos de censura e inhabilitación de jueces que dicten sentencias contrarias al gobierno. Todo disfrazado de la palabra mágica: democrático. Sánchez va un pasito por detrás, de momento «solo» ha comentado que gobernaría, si hiciere falta, sin el legislativo. Sabemos también cómo manosean el judicial de mil formas distintas, no solo a través de la tradicional infiltración de afines, sino también difamando a jueces de a pie. No pienso ahora en el juez Peinado, tampoco eso es nuevo. No, más bien recuerdo a Montero culpando a los jueces de heteropatriarcales a raíz de las consecuencias de la nefasta ley del «Solo sí es sí».

Vayamos, sin embargo, a cositas más cotidianas. Imagino que quien me lee ya ha experimentado el deterioro de la sanidad pública y se ha planteado hacerse un seguro privado; quien ya tiene uno habrá podido observar que hasta la medicina privada tiene listas de espera por esa avalancha de pacientes desde el sistema público. Cada vez más personas recurren a la educación concertada, por caprichos como desear que sus hijos estudien en español o por su opinión sobre las chocho-charlas y las clases de masturbación. Tampoco ayuda a la pública que se demonizara a los centros de educación especial o que haya zonas donde un niño castellano parlante de familia estructurada sea el elemento exótico del aula. Pagaremos, qué remedio, se dicen muchos. Mentalidad de clase media-alta mexicana. Lo que muchos ignoran es que los mexicanos pagan, además, por vivir en «condominios», urbanizaciones con seguridad privada. Hacen ahí y en el centro comercial su vida, a pesar de la riqueza cultural y los paisajes de ensueño que tienen: ¿quién va a arriesgarse a que lo secuestren o a verse en mitad de una «balacera» (tiroteo)? Quien crea que en esto nada se parecen México y España solo tiene que echar un vistazo a las grandes ciudades Europeas: la inseguridad ciudadana se ha vuelto un asunto capital. Aquí no es tanto el narco —que también, e irá a más— como la convivencia con personas que tienen formas de ver el mundo opuestas a la nuestra y que viven en condiciones de pobreza e indigencia. Observen fuera a donde llevan las políticas de fronteras abiertas.

Ahora, señor que paga por sanidad y educación privada, pregúntese si podría afrontar el coste de vivir en una urbanización de lujo con seguridad privada, si tiene el dinero y la posibilidad legal para emigrar a otro país el día que el nuestro se hunda del todo. Largo me lo fiais, dirá alguno (se nota la cercanía de octubre). Quizá el problema es justo ese: cada vez somos menos los que tenemos niños pequeños a los que heredar un país en el que se pueda vivir, y no solo sobrevivir.

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