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29 de septiembre de 2024

VertebralMariona Gumpert

¡España mala!

En ciertas regiones españolas parecen ignorar el grave problema que tiene la atención sanitaria en nuestro país, una crisis multifactorial que —entre otras cosas— provoca una gran fuga al extranjero de facultativos de excelente formación

Actualizada 01:30

Nos quejamos mucho de cómo nos amuerman las pantallas e internet pero, si somos honestos, en la era de la gran conectividad no todo son desventajas. Hace unos días compré online una versión adaptada de «Rebelión en la granja» para mi hijo de diez años, algo que le habría resultado complicado a mis padres encontrar en su librería de barrio. Me deprimió un poco ver que la editorial clasificaba la novela en la categoría «mayores de 15 años»; en teoría, a esa edad debería poder cualquiera abordar la obra original, pero bueno. Gracias a esa pequeña compra mi hijo podría entender el fondo común de dos noticias en apariencia dispares de esta semana.

Una oncóloga alega ser despedida de su plaza en Baleares por no acreditar cierto nivel de idioma regional. Ojo, que no hablo de dialecto, no quito importancia ni entidad a la lengua que allí se habla. Tan solo señalo que, a diferencia del español o el inglés (lenguas internacionales) el balear/catalán/mallorquín/valenciano se limita a una región en concreto. Hay quien señala que la verdadera causa del despido de esta señora es otra, pero no es lo relevante del asunto: lo que importa es que una serie de administraciones en España expulsan del mercado laboral a una ingente cantidad de profesionales por motivos un tanto cuestionables. Cuestionables en la medida en la que es el ciudadano el que ha de recibir esos servicios y, en teoría, paga una cantidad ingente de impuestos para disponer de una atención excelente. En ciertas regiones españolas parecen ignorar el grave problema que tiene la atención sanitaria en nuestro país, una crisis multifactorial que —entre otras cosas— provoca una gran fuga al extranjero de facultativos de excelente formación.

Cuando se habla con un independentista sobre este tema, el tío suele ponerse farruco y reivindica que si alguien desea vivir en su territorio debe aprender la lengua local y adaptarse a la comunidad que lo acoge. Es un razonamiento impecable contra el que no tengo ningún inconveniente, si no fuera porque parecen no darse cuenta de que —como regiones donde establecerse y echar raíces— no están como para tirar cohetes. Muchos médicos emigran a Dubai, en mitad del desierto y en un contexto cultural opuesto al suyo, ¿por qué será? Porque Dubai, además del moro, ofrece el oro. Cataluña y País Vasco son ricos en moros de la morería, en moros que en su casa no moran, pero ¿Qué tienen que ofrecer a alguien con una profesión tan exigente como la de médico? Sueldos en petrodólares ya les digo yo que no, y sí mucho de inseguridad ciudadana, conflicto político y paranoias fascistoides sobre el idioma y la nación. Cuando la sanidad acabe por colapsar harán lo de siempre: culpar al malvado español. Espanya ens roba. Pero, como en la novela de Orwell, lo único que ocurrirá será que los cerdos vivirán cada vez mejor a costa de mentiras y de arengar contra los malvados humanos.

Cambiemos de puercos. La presidente electa de México no invita al rey a su toma de posesión del cargo, pues no ha pedido perdón por la conquista. Huelga explicar que México no existiría sin ese acontecimiento en el que los mexicas se rindieron ante un ejército compuesto en su gran mayoría por pueblos indígenas a los que los aztecas tenían subyugados. Del mestizaje de esos pocos españoles con la población nativa surgió el Virreinato de la Nueva España, uno de los grandes centros de poder mundiales en su momento. Algunos cerdos desearon ser califa en lugar del califa y convencieron al resto de la granja de que España era mala, que les robaba. Al poco de ser independientes perdieron una porción enorme de su territorio —tomado por EE. UU.— y comenzó su declive como nación. Hoy es un país tomado por el narco, con una violencia tremenda, una desigualdad galopante, pobreza extrema y al borde de la dictadura, pero el problema es que España no pide perdón. España, esa nación en donde la mayoría de los ciudadanos no tiene ningún pariente mexicano. Siguiendo su lógica extraña, deberían ser los habitantes de México quienes se pidieran perdón a sí mismos, ¡son ellos los descendientes de los malvados conquistadores, no nosotros!

Nada une más que un enemigo común. A quienes amamos nuestro país solo nos queda entonar el «canta y no llores» de los mexicanos y evocar esa escena de «La vida de Brian» en la que el Frente Judaico Popular exclama, con indignación, «¿y qué han hecho por nosotros los romanos, eh?».

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